Al caer la noche nos duele el día.
Con sus ojos de fósforo y plutonio
el día radiografía nuestro aliento roto,
las lágrimas en el adn y su hambre fría.
Despacio, como camino del cadalso
tomamos el metro y tapiamos nuestras bocas,
las suelas rotas de un millón de zapatos
atruenan en los pasillos y su silencio cómplice de baldosa.
Cada día es un "por favor" sumiso y sucio,
cada día es un hilo de voz sobre la herrumbre
de máquinas crueles que germinan en la dermis
y riegan de grasa nuestro hogar sin techumbre.
Hace tiempo decidimos este horario de garrote vil,
dejamos a un lado los senderos abiertos
para habitar las cloacas y levantar cementerios
en los que perseguimos espejismos de alamedas y arroyos.
En la tela de araña de nuestras arterias
quedan ecos del fogonazo que pudimos haber sido,
lo que es miseria lo recordamos como alimento
y al futuro lo llamamos abandono.
Hemos perdido hasta el concepto de la pérdida.
Nos deslumbra el brillo del pantano y sus miasmas.
Nos limitamos a soñar en horas sin riesgo.
Caemos en el olvido y su herida abierta.
Tenemos miedo de lo que fuimos y su fantasma.
Al alba acuden las navajas de la impotencia y el deseo.
Con este adobe levantamos hogares sin lumbre.
En estos jergones acomodamos nuestra saliva.
En esta oscuridad pretendemos no ser ciegos.
Ahí arriba se ríen de nuestro derrumbe.
En sus salones las llamas siempre se avivan.
En sus miradas siempre rezuma el desprecio.
martes, 27 de octubre de 2020
Recuento de bajas
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