miércoles, 19 de noviembre de 2025

La gran belleza es minúscula y fea

El pobre Lester Burnham no pudo
resistir tanta belleza.
Y es que la belleza también
medra en el genocidio
si cuenta con el suficiente número
de miradas torcidas.
La fealdad de las pequeñas cosas
cementa el consuelo de las manos
sin amo, abandonadas.
Todos buscamos un brillo fugaz
donde asegurar el paso.
Hay belleza en un hongo nuclear,
en las dendritas debilitadas
por la hambruna,
en la erosión acelerada
de un misil hipersónico
atravesando eléctrico
una torre de hormigón altísimo,
en el delicado transitar plástico
de la carne por lo cárdeno,
púrpura, añil de sombra
donde se hunden los nudillos
cuando golpeamos por amor
a quien amamos.
Hay belleza en el horror
cuando la belleza es
imperiosamente necesaria
(no importa el coste)
como último refugio.
Y si no la hay,
nos intoxicamos sin solución,
alegremente en el esfuerzo
de conformarnos con su fantasma.
La belleza es dios.
La belleza es una criptomoneda,
el patrón oro, un Picasso en subasta:
sólo existe
cuando suficientes imbéciles lo creen
y dictan otro evangelio de mierda.