miércoles, 31 de enero de 2024

La masacre cotidiana

¿Quién necesita presenciar una batalla
cuando existen las playas en agosto,
los mataderos y la normalidad?
La playa es un kilométrico cementerio
de gentes que perecen en llamas.
Ser incapaz de dar y por ello dar gracias.
Algunos de los que te rozan aquí,
en esta masa
de consumidores compulsivos
en la calle comercial
de la vieja ciudad medieval,
con la debida clave,
el pentagrama exacto,
no dudarían en cortarte el cuello
en medio de esta masa
de consumidores compulsivos
en la calle comercial
de la vieja ciudad medieval.
En la batalla nadie escucha el grito ajeno,
sólo es decorado para el estruendo propio.
El mundo se extiende
como zona de juegos en un castillo
donde sólo el eco nos acompaña.
Y si una voz nos alcanza,
lo que escuchamos,
lo que entendemos
es una amenaza absoluta.
¿Quién hace más daño
y quién se hace más daño?
¿El soldado que mata por Dios
matando así a Dios?
¿O el soldado que mata al hombre
sabiendo que lo mata para siempre
sin un después?
Es imposible educar a un primate
al que no le son suficientes
las copas de los árboles.
Nadie sabe educar a sus hijos
porque la lluvia sólo puede caer.
Hay quien necesita una puta vieja,
una habitación en ruinas,
una resaca de días,
para llegar al fondo de un pozo
y degustar su miseria.
Les sale caro lo que yo encuentro
en la risa de los niños que,
bajo un sol de primavera,
apedrean a un gato.
Quién necesita una fosa común
cuando llamamos progreso
a torres de cincuenta plantas
donde malvive toda una ciudad.

viernes, 26 de enero de 2024

Tan cómodos en el vaho

Si se llama activista probablemente
esté desactivando algo.
Hacer progresar el orden de las cosas
sigue siendo mantener el orden de las cosas,
porque toda ley tiene su trampa congénita
y consigue apagar así el fuego.
Dar un paso con valentía autorizada y papeles en regla
en un terreno incógnito que en realidad
ha sido parcelado en subasta tras talar sus bosques.
Todos esos posmodernos que temen al socialismo,
¿qué harían con sus versos
de quejas bajo el capitalismo
si el capitalismo desapareciera?
Son los primeros en la línea
de batalla contra el rojo:
porque la libertad, porque la autoridad;
y en realidad lo que desean
es seguir viviendo muy bien bajo el capitalismo
para quejarse de que el capitalismo no funciona.
Reivindican a Lorca con furia,
porque no fue Alberti ni Hernández,
porque no le dio tiempo a renegar
de una revolución,
porque están tan cómodos en el vaho,
y se sienten tan violentos
pisando la tierra...





jueves, 25 de enero de 2024

Todos los poemas del poeta que no se pringa y se extasia con una sombra

nada

nada nada

nada nada nada

yo

yo

yo

el solo sol la luz el ángulo

y yo que lo veo

y así muy profundo todo

en la superficie

pero sin panfletos

porque yo soy el panfleto

de la nada del ego

en la nada del todo

miércoles, 24 de enero de 2024

Anillo de bulevares

El absurdo intento de superar la historia

desde un Starbucks.

Qué barricada podremos levantar

con un café aguado en la mano.

Más allá del borde del mundo

ha emigrado toda una generación

que sólo quería vivir donde se pone el sol.

Ahora es difícil que se pongan en marcha

los sótanos y los conciertos,

la calle está triste;

pero así es la guerra lejos de la guerra,

así son la fronteras lejos de otro país.

Nada es gratis, nada se lleva el viento

por más que soplemos velas

de cumpleaños impostados.

En el anillo de bulevares circulan tanques

aunque todos parecen taxis.

Y aunque estamos al borde de un abismo

no lo sabemos,

sólo queremos escuchar ese último eco

de lo que fuera resuena,

y quizá caigamos al vacío,

siguiendo el canto de las sirenas

que nos clavarían en la espalda

un nuevo tiralíneas

partiéndonos a la mitad, cruel y ciego,

rajando nuestras casas, lagos,

jardines de infancia, recuerdos.

Estamos a punto de rompernos

porque nos creemos indestructibles

como antaño;

porque pensamos que somos

demasiado grandes para caer,

porque confiamos en amigos

que nunca ocultaron sus puñales,

porque somos fáciles como una sonrisa

y apenas nos resta la entereza frágil

del primer hielo de octubre.

Seguimos un camino de baldosas amarillas

porque pensamos que realmente existe

la ciudad de Oz, porque creemos en la magia.

Y aquí sólo queda lo que siempre ha habido:

barro en otoño y primavera, ladrillos a la espera

de que alguien sueñe una casa abierta

pero cálida y segura.

Nada caerá del cielo salvo fósforo blanco,

bombas de racimo;

nadie regalará nada a quien espera

la lógica de los regalos mientras

se mueve a codazos por las aceras.

Por más que conspiremos

el universo no forma parte del plan;

el pan pesa más que un acorde;

un niño siempre estorba en el camino

de una perforadora;

qué demonios hacen las abuelas

que no mueren y dejan paso.


Mientras, sigue nevando:

apenas podemos abrir los ojos

a la ventisca.



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martes, 23 de enero de 2024

Pasolini en Karelia

Memoria muscular del frío.
Pasolini bajo cero.
Pasolini llamando burgués
a un muchacho que duerme
en las aceras.
Tres limones españoles
que se encuentran en Finlandia
tras visitar tres países diferentes.
El frío es el silencio de las estrellas.
No hay auroras boreales
en el café de las gasolineras.
El hielo lanza un martillo
bajo nuestros pies
y todo tiembla.
Un cuadro de fractales
va creciendo en la ventana
cada noche blanca
de luna blanquísima.
En el día la urdimbre del cristal
a modo de juncos de vidrio:
la desinfección gélida se extiende
con dedos de vapor.

¿Te seguirá apareciendo tan blanca
la nieve de Finlandia, Pasolini,
tras la India, tras los indios sucios
de la India en Ghana?

Desde el cementerio acolchado de nieve
se ve el abajo donde descansa el lago helado,
donde las cornejas despiezan peces abandonados.
El lago respira con su motor de vaho
en algunas heridas de bala
abriendo su cuerpo de agua.
Recorrerlo es sudor y un temblor
que avisa con un disparo ahogado 
lo cerca que estamos de dejar de estar,
como una grieta de lápiz
sobre un lienzo que se repite cada año.

Y si cantas, habrá un cuchillo de hielo
sobre los juncos como ciudades rotas
de verano que no vuelve.
Hay un milano negro muerto y rígido,
grande como un glaciar,
frente a la puerta de una escuela
vacía por vacaciones.
Estas líneas no bajan la temperatura
de quien llegue a ellas,
no tienen preguntas sin respuesta,
no albergan nada especial
más allá de su propio frío
y su sol pálido que muere a las tres,
la luz rosada de unos abetos en negativo
que cortejan calles y calzadas
escoltando los pasos y su crujido de corcho.
Somos un bando de gaviotas al andar
sobre un mar de hielo roto en el horizonte
por un viento de oro sobre las cosas,
una especie de cuchilla ocre
fundiéndose en azul pastel.

Pasolini muerto en la nieve
como en la arena de Ostia.
Pasolini en el cielo pesado de grises
y Medea huyendo en la brisa gélida,
huyendo del tiempo de los ejércitos,
escapando  de las hordas negras
de la Alianza Atlántica.

Pasolini oráculo del futuro en los ojos
del joven lumpenproletariado
que lo asesinó a patadas en los cojones:
profecía en la lengua cruel del olvidado
que derrapa coches
en cada espacio abierto del planeta
cada viernes, cada sábado a la noche,
porque lo dicta el mercado
de la globalización reaccionaria
que nos devuelve al pasado y su violencia.
Ver es creer, pero despacio.
Despacio como la nieve
y con la seguridad de un cielo
que no mute en el frío.
Pasolini recuerda a Calderón y España
en las orillas gélidas que crujen
y el lago es un tambor que suena a guerra
cuando los perros ladran
–seguros en sus cadenas–
a las puertas de Rusia.
Ahora hay un misil cruzando llanuras de nieve,
hileras de abedules congelados
y la guerra parte la materia del mundo
como se parte una granada de zumo carmesí.
La luz se ha ido cuando llega.
Aparece casi como un recuerdo de sí misma.
Como diciendo:
    “Eh, esto podría ser; esto he sido.
    Así me recordaréis,
    acaso me soñáis así a veces.
    A veces todo lo que soy es este no ser,
    es todo lo que deseáis,
    de tal modo que todo será perfecto,
    todo sería tranquilo y podría dormir:
    el tiempo parado sin explosiones,
    bala alguna, gritos olvidados…
    un caminar despacio
    que no deje huellas de sangre en la nieve”.

Atrapamos el azul,
aferramos el azul aterido,
como si una mano fuera,
una oportunidad,
el saber un camino al azul,
tan pálido y glacial…
Asimos el azul como lo hace una nube:
el afán de olvidar y detener
los pasos y los besos,
esperando que no caigan las hojas
que ya han caído semanas atrás.

En la llanura helada se esconden fracturas
que no cubre el mercurio.
Pasolini podría aquí mirar bien a lo lejos
y seguir todo estando cerca y congelado.
Miramos un mundo gélido
con ojos donde tintinean perlas
de cristal blanco y opaco.
El paisaje es una cinta nívea, regular,
circula y oscila en horizontal,
discurre paralela al tiempo de los arrabales
de Roma o Milán a través de la ventisca.
En los copos de nieve como aves
raudas y breves
el mismo calor de las playas de Ostia,
el de la poesía de un objetivo y su óptica. 

El golfo de Finlandia se cuartea
en una dermis blanca y crujiente.
Quizá haya algas entre las grúas,
al salir tropezando de las cafeterías,
al topar con la nieve sucia de coches,
al resbalar en la sangre
pegada a las ruedas de un Alfa Romeo en fuga.

El hijo de un padre bien colocado,
bien ribeteado en la columna italiana
de metal tan antiguo;
el hijo menudo y fibroso
que apenas arroja sombra
sobre una llanura de cáscara de huevo.
Apenas arroja sombra;
ese apenas arrojar es suficiente
para que tiemble el mundo
con su claroscuro tan sutil y quirúrgico.
La vida es una trilogía que cruza las edades
como una ráfaga polar sobre las aguas
que configuran esta meseta helada.
En esa suerte de imperceptible oscuridad,
que acaricia los rostros y adentro,
una prostituta huye del sol
para no proyectar su sombra.
Cuando cae la enésima capa alba,
la repetida nevada, la nueva helada,
los chicos del arroyo
—con sus vidas de violencia—
aunque no tienen zapatos
se deslizan colina abajo sobre la nieve,
aplastada como el cuerpo de Pasolini,
que quiso tanto los cuerpos jóvenes
en el frío antiguo.
Se dejan caer los jóvenes niños del lumpen
entre carcajadas y navajas
porque la borrachera dura
pero no lo suficiente,
aunque el sol rojo no asome
tras su mirada arrastrada y suicida,
sin metas, sin ciclos, sin solución,
sin pronóstico que no sea
una nueva jornada en el negativo
del termómetro y el celuloide.

Pasolini registra todo a treinta bajo cero,
todo queda guardado en sus pupilas
dilatadas mirando al cielo y a la tierra,
todo descansa en secreto para siempre
en su cuerpo que reposa tan desmenuzado
tanto en Karelia como en el Lazio.

Pasolini conoce la nieve que desconocemos.
Pasolini y la nieve siempre ya.




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