Nada hay tan cierto como el cielo
donde el mundo se olvidará algún día.
Tiempos en los que el alba se considera
una forma de agresión hacia la noche.
Cuanto más proliferan las posibilidades de elegir
más elegimos todos lo mismo.
El principal motor de la nostalgia
es que las cosas tengan un sentido;
desde la infancia construimos castillos
incluso con la imagen de un yonki
amanecido frío en el parque.
Se disparan besos fácilmente
como fuego de cobertura en las trincheras
en las que el ser humano combate con esperanza
mientras los robots aguardan impacientes
y alguien acumula riqueza en el proceso.
Quién iba a decirnos
que lo de la emoción a flor de piel,
que lo de estar en la flor de la vida
se refería a las flores que dejamos descansar
en el olvido con ansia de recuerdo
en tumbas y cunetas.
Que los niños persigan gatos,
a pedradas,
hasta matarlos,
me dice todo.
Que los libros se nieguen a confesarlo
lo confirma;
esa sangre no miente.
“Los barrios”, así, entrecomillados,
sin conciencia de clase
son eriales, solares que un banco revaloriza
con la siguiente recalificación.
El desprecio que nos disparas se resume
en que te parecemos cuatro gatos.
Desde cuándo ser cuatro gatos
ha sido razón suficiente para negar la lluvia.
Os ofrecieron un principio;
lo repudiasteis por querer un final perfecto.
Con esa pereza sin futuro
insistís ahora en ver el mundo
y su camino en el tiempo
con los ojos humanos y nuevos
que sólo un muro antifascista
hacía posible.
Insistis en asumir la barbarie
como si fuera vuestra vecina
cruzando invisible la historia
sin roces
hasta llamar a la puerta.
Como si no hubiera sido
erradicada nunca antes.
La Unión Soviética ya no existe
y cuando vuelva la sangre a vuestra calle,
porque vuelve a dar beneficios,
comprenderéis todo demasiado tarde.