El pasillo es gélido,
incluso en la noche de julio.
Luz de leche verde…
luz de madrugada.
Linóleo espejo, ventanas
que nunca abren del todo,
nunca ignorarán caídas.
Los viejos terminan,
globos que deshinchándose insuflan
en semilla final su tiempo
a quienes los suceden.
Como fascinados espectadores
de la última gorgona,
extáticos contemplan
—boca abierta en grito ausente—
constelaciones en el falso techo;
sus venas de bebé gastado
amamantándose del gotero.
Mujeres de otras tierras cubren
los vacíos de una familia atomizada
por la modernidad más roída de tiempo.
Pasillos recorridos por naves atlánticas,
veleros de sábanas y pañales.
Al timón personas de amable acero,
Con un "tranquila, cariño, reina"
siempre dispuesto como yesca en sus cañones,
en la guerra del mercado contra las personas.
Pasillos de hospital,
exhibiciones de arte que se desvanece,
relatos en busca de escriba,
heroínas de silenciosos matriarcados,
pinceladas de segundero,
elipse sobre la memoria,
una puesta de sol en cada cama,
una canción que no quiero triste,
traqueteo bronco de laringes gastadas,
palabras ya sin control,
a veces negando el aire,
a veces negando al hijo.
Una isla en el océano,
café de mala calidad.
Quisiera escuchar modulaciones de cetáceo
en los desvaríos de una mente
que teme la última noche,
que aferra las barras de la cama
queriendo atravesar el terremoto,
esta violenta tormenta de verano
que hace volar neuronas,
que moviliza a tres enfermeras,
que no consigue mudar a despedida...
...que siempre pondrá rumor
a las fotos del salón,
a las esquinas de aquel piso
de las meriendas de la infancia,
de la propina del domingo,
de la tortilla de patatas perfecta,
el correteo estival por las calles del pueblo,
las fiestas del santo,
las historias de fantasmas
a medianoche en la puerta
de la iglesia románica.
Las más hermosas esculturas
postradas en la planta cuarta,
en su pátina exhausta,
viendo colores ya nuevos.
El cuerpo traidor no obstante
insiste en abrir pozos
y el hedor consigue firmar un pasaje
que a todos espera.
La ciudad de madrugada
flexiona su reserva de cuerpos,
sonríe porque nos conoce.
Delicada y noctámbula,
su mano nos deposita
en camas de hospital,
donde una luz única,
verde de leche,
comprobará el suero,
comprobará el suero,
nos cambiará el pañal,
nos cerrará los ojos.
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