Tener hijos porque al parecer se lo debes al mundo.
Tener hijos como excusa del fracaso.
Tener hijos por el miedo de que Dios no exista.
Tener hijos y así la cabeza con menos días por delante.
Tener hijos para no formular preguntas,
ni encontrar respuestas, ni romper las espadas.
Tener hijos para justificar romperse la espalda.
Tener hijos como un bote salvavidas.
Existir como una huida impuesta y sin futuro.
Llenar tus horas con nadas monetizadas
y así evitar la lente sobre las manos.
Hacer carrera en el trabajo porque la vida te da miedo
y los hijos son tus zapatos en la trinchera sucia
donde la carne de cañón mira a lo lejos sin ver nada.
Trinchera sucia llena de carne de cañón.
Existir como una huida impuesta y sin futuro.
Llenar tus horas con nadas monetizadas
y así evitar la lente sobre las manos.
No hay mayor tiempo muerto que el del trabajo asalariado. No necesito una pandemia para perder toda la fe. En la nomenclatura de la mercancía y su crimen histórico todos los apellidos de las madres son primero los de un padre.
La normalidad democrática se encarna en policías puestos de coca desahuciando familias como el viento esparce vilanos. Tenían miedo de una revolución y os dieron el punk para abortarla. La izquierda es un fantasma que ya no recorre ni la plaza del pueblo.
La izquierda de nuestros días cree que un calvo con barba y polla que folla con mujeres es el sujeto del feminismo; cree que abrirse de piernas te empodera en la miseria y no que el empresario siempre y sólo medra por el robo.
Todo este escenario tan grotesco es una gran patada al hígado aunque el alcohol te parezca absurdo y malvado como un borbón endogámico. A fin de cuentas, si no se baila puede que sí sea una revolución, pero si se baila es sólo una discoteca bastarda donde los cuerpos se anulan.
Por todo ello paso años oscilando entre el asco y el amor a la lectura, entre la adicción a los libros y su abandono por absurdos. Paso con paso torpe las agendas y en ellas me descompongo coleccionando patadas y giros eternos hacia el vapor sin rumbo.
El ojo de la tormenta está tuerto e infectado, su calma es una esquirla de metralla ardiendo en nuestra carne. La guerra continúa y la quinta columna definitivamente aspira a ser cuadro medio en el stalag del cruel fracaso global.