miércoles, 3 de marzo de 2021

Stalag

No hay mayor tiempo muerto que el del trabajo asalariado.
No necesito una pandemia para perder toda la fe.
En la nomenclatura de la mercancía y su crimen histórico
todos los apellidos de las madres son primero los de un padre.
 
La normalidad democrática se encarna en policías puestos de coca
desahuciando familias como el viento esparce vilanos.
Tenían miedo de una revolución y os dieron el punk para abortarla.
La izquierda es un fantasma que ya no recorre ni la plaza del pueblo.
 
La izquierda de nuestros días cree que un calvo con barba y polla
que folla con mujeres es el sujeto del feminismo;
cree que abrirse de piernas te empodera en la miseria
y no que el empresario siempre y sólo medra por el robo.

Todo este escenario tan grotesco es una gran patada al hígado
aunque el alcohol te parezca absurdo y malvado como un borbón endogámico.
A fin de cuentas, si no se baila puede que sí sea una revolución,
pero si se baila es sólo una discoteca bastarda donde los cuerpos se anulan.

Por todo ello paso años oscilando entre el asco y el amor a la lectura,
entre la adicción a los libros y su abandono por absurdos.
Paso con paso torpe las agendas y en ellas me descompongo
coleccionando patadas y giros eternos hacia el vapor sin rumbo.

El ojo de la tormenta está tuerto e infectado,
su calma es una esquirla de metralla ardiendo en nuestra carne.
La guerra continúa y la quinta columna definitivamente aspira
a ser cuadro medio en el stalag del cruel fracaso global.


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