sábado, 26 de junio de 2021

Porque la estupidez es incombustible

Tenemos todas las de perder por abandono
porque la estupidez es incombustible.
Dispuestos siempre a la derrota
con el propósito firme,
inamovible, reiterado y fiel,
de la cigüeña y su nido.
Intentamos parar el tiempo,
sujetar la caída del mundo
cambiando de canal
como quien saltara de plano.
Qué hacer cuando el patrón es un algoritmo.
Qué haría el banquero sin el activismo
que le lava las sábanas tras cada orgía.
Cada vez que rezas perdemos la fe.
Cada concejal jurando sobre biblias
es un fracaso de la especie,
el descalabro como motor de esta tristeza evolutiva.
A fin de cuentas, la existencia de la policía
es la razón última por la que llamamos
a la policía cuando nos roban;
la razón principal de nuestro silencio
cuando el ladrón habita la torre más alta.
A fin de cuentas, no se entienden los vacíos
sin los ángulos que los modelan y dan sustento.
La insatisfacción constante y sus placebos 
son la llave de nuestros grilletes,
el motor de su fábrica.
Es imposible disfrutar de ningún paisaje
cuando estamos trabajando.
Los nómadas digitales simplemente
tienen cadenas más largas,  
presentes e invisibles en Instagram.
Al despertar pisamos una cucaracha
muerta en su charco de caparazón licuado.
Fabricar un solo rico cuesta tantos pobres.
El quiebro desesperado que hacemos
nos descuaja el cuerpo,
sin agrietar la inercia que nos rodea.

 
 
 


martes, 1 de junio de 2021

Donde solemos tocar la gaita y el tambor

Solemos tocar la gaita y el tambor
en un rincón de pinos agostados,
entre escombros y carreteras.
Natalia lleva siempre bolsas en su bicicleta
porque, Sísifo del tercer milenio,
insiste en dejar ese erial
en el que brotan basuras a diario
-campo sucio y seco y humano-
un poco más limpio que al llegar.
Yo suspiro y dejo hacer:
ni limpiarme la conciencia, no ya
un pedazo de arrabal, quiero ya.

Donde solemos tocar la gaita y el tambor
ayer unos lúmpenes quemaron un coche.
(En mi barrio, en las afueras sin esperanza,
aparecen coches robados cada mes).

El fuego se comió cruel el poco verde,
las pocas retamas (que estaban en flor),
la poca certeza, la poca mirada sin mancha.
Las llamas agrietaron el vestido añoso
de la única encina del lugar.

Cada paso que he dado hoy soplando la gaita
levantaba ceniza y tristeza en la canción,
muy dentro, sin solución, sin piedad,
con la fuerza de este abismo seguro que somos.

He vuelto a casa con la piel oliendo a mundo
quemado hasta los cimientos.

Honesto decido saltar al vacío,
seguro de preferir la savia a la sangre.