martes, 1 de junio de 2021

Donde solemos tocar la gaita y el tambor

Solemos tocar la gaita y el tambor
en un rincón de pinos agostados,
entre escombros y carreteras.
Natalia lleva siempre bolsas en su bicicleta
porque, Sísifo del tercer milenio,
insiste en dejar ese erial
en el que brotan basuras a diario
-campo sucio y seco y humano-
un poco más limpio que al llegar.
Yo suspiro y dejo hacer:
ni limpiarme la conciencia, no ya
un pedazo de arrabal, quiero ya.

Donde solemos tocar la gaita y el tambor
ayer unos lúmpenes quemaron un coche.
(En mi barrio, en las afueras sin esperanza,
aparecen coches robados cada mes).

El fuego se comió cruel el poco verde,
las pocas retamas (que estaban en flor),
la poca certeza, la poca mirada sin mancha.
Las llamas agrietaron el vestido añoso
de la única encina del lugar.

Cada paso que he dado hoy soplando la gaita
levantaba ceniza y tristeza en la canción,
muy dentro, sin solución, sin piedad,
con la fuerza de este abismo seguro que somos.

He vuelto a casa con la piel oliendo a mundo
quemado hasta los cimientos.

Honesto decido saltar al vacío,
seguro de preferir la savia a la sangre.




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