Acaba el verano, acaba el año,
el ciclo y yo necesito
una nueva agenda para todo
lo que no quiero hacer.
Un verano de sol pesado
tensando los trapecios.
En verano, este verano de abandonos,
de silencios en la ciudad,
la facultad de Bellas artes
que me abandonara décadas atrás
se ve sola, vieja, inválida,
sin hálito ni correteos en sus pasillos
que más que venas parecen dagas hincadas,
el acero de un armazón que fraguó hace tiempo
y ya se agrieta en una derrota inamovible.
Quisiera habitar eternamente
los jardines de las facultades en verano,
su soledad y su ausencia
albergando todos los giros
de lo que somos.
Odio sentir que el momento huye
sin vuelta en su nave,
es cruelmente raudo y nube
cuando encuentras que lo dicho
adquiere un sentido,
una consecuencia palpable.
Sentir que el tiempo es dolorosamente lento,
que se hurga una herida cuando
nunca llega la hora de salir del trabajo;
sentir que el tiempo es apenas una chispa
que desaparece en la noche
cuando atraviesas el Ecuador de tus días.
Me guardo el verano siempre en los bolsillos
para en cualquier momento ver sus páginas,
ver el mar bajo el sol en cualquier instante.
El día después, cualquier día después
de cosa cualquiera,
enciende las esperanzas pues todo sigue,
y confirma todas las tristezas pues todo termina.
A veces la luz es sólo una cuestión de voluntad,
la oscuridad un estado frente al mundo.
La luz dependiendo del momento del día,
dependiendo del mes del año,
dependiendo de cómo las voces
pronuncien las palabras
muestra una incomprensible variedad
de claroscuros, pero la forma de las cosas
sigue siendo una y la misma.
Yo jamás tuve vuestra edad
ni cuando tuve vuestra edad.
Jamás tendré vuestra edad
cuando tenga vuestra edad.
Ahora no la tengo aunque la tenga.
Mi calendario no va
ni hacia arriba ni hacia abajo;
mi calendario no va:
está quieto, observando
cómo cambian las estaciones
y el sol gira y gira.
En verano, a cierta hora de la tarde
que muda a noche
florecen señoras en grupo
caminando por el tontódromo
y su broma turbia en la tapia
del cementerio.
No vengas a mi verano.
No vengas sin sudor ni ropas acartonadas
de regarlas varias veces a lo largo del día.
No vengas a este verano
sin el sol listo bajo la piel.
el ciclo y yo necesito
una nueva agenda para todo
lo que no quiero hacer.
Un verano de sol pesado
tensando los trapecios.
En verano, este verano de abandonos,
de silencios en la ciudad,
la facultad de Bellas artes
que me abandonara décadas atrás
se ve sola, vieja, inválida,
sin hálito ni correteos en sus pasillos
que más que venas parecen dagas hincadas,
el acero de un armazón que fraguó hace tiempo
y ya se agrieta en una derrota inamovible.
Quisiera habitar eternamente
los jardines de las facultades en verano,
su soledad y su ausencia
albergando todos los giros
de lo que somos.
Odio sentir que el momento huye
sin vuelta en su nave,
es cruelmente raudo y nube
cuando encuentras que lo dicho
adquiere un sentido,
una consecuencia palpable.
Sentir que el tiempo es dolorosamente lento,
que se hurga una herida cuando
nunca llega la hora de salir del trabajo;
sentir que el tiempo es apenas una chispa
que desaparece en la noche
cuando atraviesas el Ecuador de tus días.
Me guardo el verano siempre en los bolsillos
para en cualquier momento ver sus páginas,
ver el mar bajo el sol en cualquier instante.
El día después, cualquier día después
de cosa cualquiera,
enciende las esperanzas pues todo sigue,
y confirma todas las tristezas pues todo termina.
A veces la luz es sólo una cuestión de voluntad,
la oscuridad un estado frente al mundo.
La luz dependiendo del momento del día,
dependiendo del mes del año,
dependiendo de cómo las voces
pronuncien las palabras
muestra una incomprensible variedad
de claroscuros, pero la forma de las cosas
sigue siendo una y la misma.
Yo jamás tuve vuestra edad
ni cuando tuve vuestra edad.
Jamás tendré vuestra edad
cuando tenga vuestra edad.
Ahora no la tengo aunque la tenga.
Mi calendario no va
ni hacia arriba ni hacia abajo;
mi calendario no va:
está quieto, observando
cómo cambian las estaciones
y el sol gira y gira.
En verano, a cierta hora de la tarde
que muda a noche
florecen señoras en grupo
caminando por el tontódromo
y su broma turbia en la tapia
del cementerio.
No vengas a mi verano.
No vengas sin sudor ni ropas acartonadas
de regarlas varias veces a lo largo del día.
No vengas a este verano
sin el sol listo bajo la piel.
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