miércoles, 24 de enero de 2024

Anillo de bulevares

El absurdo intento de superar la historia

desde un Starbucks.

Qué barricada podremos levantar

con un café aguado en la mano.

Más allá del borde del mundo

ha emigrado toda una generación

que sólo quería vivir donde se pone el sol.

Ahora es difícil que se pongan en marcha

los sótanos y los conciertos,

la calle está triste;

pero así es la guerra lejos de la guerra,

así son la fronteras lejos de otro país.

Nada es gratis, nada se lleva el viento

por más que soplemos velas

de cumpleaños impostados.

En el anillo de bulevares circulan tanques

aunque todos parecen taxis.

Y aunque estamos al borde de un abismo

no lo sabemos,

sólo queremos escuchar ese último eco

de lo que fuera resuena,

y quizá caigamos al vacío,

siguiendo el canto de las sirenas

que nos clavarían en la espalda

un nuevo tiralíneas

partiéndonos a la mitad, cruel y ciego,

rajando nuestras casas, lagos,

jardines de infancia, recuerdos.

Estamos a punto de rompernos

porque nos creemos indestructibles

como antaño;

porque pensamos que somos

demasiado grandes para caer,

porque confiamos en amigos

que nunca ocultaron sus puñales,

porque somos fáciles como una sonrisa

y apenas nos resta la entereza frágil

del primer hielo de octubre.

Seguimos un camino de baldosas amarillas

porque pensamos que realmente existe

la ciudad de Oz, porque creemos en la magia.

Y aquí sólo queda lo que siempre ha habido:

barro en otoño y primavera, ladrillos a la espera

de que alguien sueñe una casa abierta

pero cálida y segura.

Nada caerá del cielo salvo fósforo blanco,

bombas de racimo;

nadie regalará nada a quien espera

la lógica de los regalos mientras

se mueve a codazos por las aceras.

Por más que conspiremos

el universo no forma parte del plan;

el pan pesa más que un acorde;

un niño siempre estorba en el camino

de una perforadora;

qué demonios hacen las abuelas

que no mueren y dejan paso.


Mientras, sigue nevando:

apenas podemos abrir los ojos

a la ventisca.



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