sábado, 30 de diciembre de 2017

Vivir en el lavavajillas

Vivir en un lavavajillas.
Un húmedo y cálido útero alumínico
con caricias de metrónomo,
besos aspados,
edredón de agua jabonosa.
Y olvidar,
y cerrar los ojos,
tapiar los oídos a las bombas,
al afuera sucio y enfermo.
Dejadme en mi burbuja
cúbica, metálica y acogedora,
de brillos como abrazos,
de rotores que cantan
y rumores mecánicos que cuentan,
que cuentan sueños
donde los androides sueñan
y la lana de sus ovejas soñadas
teje pompas de detergente
que resguardan infancias.
Ay, vivir en un lavavajillas
que abra su boca vaporosa
con aliento de dragón amable.
Seré contorsionista,
mapa plegado de deseos imposibles,
tragaré con ávida dulzura
el jarabe de la botella de Alicia…
Haré lo que sea
por reducirme del mundo y bajar
a las tibias profundidades libres de cal,
recorrer la ingeniería laberíntica
de ruido y limpieza autómata,
donde me lavaré las cargas y miedos,
donde me reconciliaré con mis pecados.
Dejadme dormir este año
programado a cuarenta grados,
para que el ardiente dedo de la soledad que gira
desincruste la grasa de tantos días,

las penas del calendario.

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