Insomnio.
Te saca del sueño
un agolparse de versos
que buscan su forma.
Un miedo a la muerte,
miedo de no llegar a tiempo
al final de tu vida.
Un temor de acero constante
a no cumplir con las metas
que exige el último suspiro
antes del descanso final.
De madrugada
la casa se hace más humana
con su pentagrama de crujidos.
Quizá por eso hay noches
en que te acoge,
y hay otras de inquietud.
Te despierta en lo hondo
del respirar denso
del respirar denso
una voz casi inadvertida,
pero que se clava más dura por instantes.
Con esa voz tan finita quedan sembradas
la duda más grave, un miedo de mundo.
En madrugadas así, de vértigo girando
en las curvas sin tiempo del alma,
me aferro en tinieblas a tu perímetro
hasta que respiro calmo.
Pequeñas pueden ser tus curvas
en la noche planetaria,
pero para mis manos y temblores
adquieren la tersura comba de un orbe
y desarrollan una órbita gigante,
carrusel donde tranquilo vuelvo
a la infancia.
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