Yo soy sólo
otro lamentable hijo de mi tiempo
producto de mi época
y como buen producto nada díscolo
me consumen las pasiones de estos días
desde las que entiendo el mundo.
A veces tengo la certeza de habitar una era
donde son los afrancesados quienes gritan "Vivan las caenas",
porque no se podía hacer nada y no se podía saber entonces,
porque las cosas fueron despojadas de sus nombres.
Soy rehén de mis lorzas, pero me gusta tanto mi cuerpo
que me seco el sudor de la frente con un calzoncillo usado.
Guardo el sol de ayer bajo la piel de los hombros.
Imposible dormir si albergas un astro.
Me ha crecido una encina en un yogur,
una encina celta bajo el cielo azul de los suburbios,
en su viaje hacia un tetrabrik, un viaje de plástico circular.
A fin de cuentas la vida es un chicle masticado hasta la saciedad,
que se estira duras penas, sin sabor y pétreo.
Me alimento surfeando las olas en tablas de subjuntivo
pues el mundo es trinchera de tahúres.
Si alguna vez no lo tengo claro, siempre del lado de un sindicato.
Tú tantos piropos y yo tantos silencios.
Algo absoluto es algo perfecto,
así que la muerte es sin falla ni reproche.
Dormir poco y tener mucha energía
para mandar a la mierda este mundo podrido.
en el que moverse en bici y no comer carne
ya hacen más por cambiar las cosas
que trescientos panfletos y veinte turras en tuiter.
Dejo de perseguir a gente para comenzar proyectos
porque nunca hay una negativa clara
y automáticamente vuelan las pullas.
Qué de tiempo y energías perdidos
ante el miedo del río desnudo sin puentes.
Ya no hay edificios ni referentes.
Donde había un cine, hay un teléfono.
Donde había una librería, hay un teléfono.
Donde había una asamblea, hay un teléfono.
Donde había un concierto, hay un teléfono.
El activismo de este milenio es aterrador
como un anuncio de cereales donde la gente sonríe
mientras se marchita en un mar de polímero.
Me he equivocado en tantos lunes de asfalto...
Tanto como me equivocaba al llamar “militantes”
a simples drogatas cargados de chapas,
camis y banderas de luchas parciales
que perdían su peso entre litronas y caladas.
He caminado con corvas rotas
haciendo dolorosos equilibrios en esta línea
fina como el filo de una navaja
entre la experiencia y los prejuicios.
Sólo al amanecer me olvido de que amanece,
de que amanece aquí, con el eco de una sábana
y la garantía de una respiración dulce
aunque cargada de malos sueños.
En la rutina cotidiana de la venta de los cuerpos,
veo a mis antiguos compañeros de escuela,
los veo con arrugas y con ojeras
siempre corriendo detrás de un hijo,
siempre el gesto gastado por una hipoteca.
Vivo en la fractura donde el vértigo al menos se vive.
Vivo al final de un tiempo que no termina de morir.
Vivo y muero en cada línea sin papel secante
y agotado caigo al mediodía cuando todo estalla.
otro lamentable hijo de mi tiempo
producto de mi época
y como buen producto nada díscolo
me consumen las pasiones de estos días
desde las que entiendo el mundo.
A veces tengo la certeza de habitar una era
donde son los afrancesados quienes gritan "Vivan las caenas",
porque no se podía hacer nada y no se podía saber entonces,
porque las cosas fueron despojadas de sus nombres.
Soy rehén de mis lorzas, pero me gusta tanto mi cuerpo
que me seco el sudor de la frente con un calzoncillo usado.
Guardo el sol de ayer bajo la piel de los hombros.
Imposible dormir si albergas un astro.
Me ha crecido una encina en un yogur,
una encina celta bajo el cielo azul de los suburbios,
en su viaje hacia un tetrabrik, un viaje de plástico circular.
A fin de cuentas la vida es un chicle masticado hasta la saciedad,
que se estira duras penas, sin sabor y pétreo.
Me alimento surfeando las olas en tablas de subjuntivo
pues el mundo es trinchera de tahúres.
Si alguna vez no lo tengo claro, siempre del lado de un sindicato.
Tú tantos piropos y yo tantos silencios.
Algo absoluto es algo perfecto,
así que la muerte es sin falla ni reproche.
Dormir poco y tener mucha energía
para mandar a la mierda este mundo podrido.
en el que moverse en bici y no comer carne
ya hacen más por cambiar las cosas
que trescientos panfletos y veinte turras en tuiter.
Dejo de perseguir a gente para comenzar proyectos
porque nunca hay una negativa clara
y automáticamente vuelan las pullas.
Qué de tiempo y energías perdidos
ante el miedo del río desnudo sin puentes.
Ya no hay edificios ni referentes.
Donde había un cine, hay un teléfono.
Donde había una librería, hay un teléfono.
Donde había una asamblea, hay un teléfono.
Donde había un concierto, hay un teléfono.
El activismo de este milenio es aterrador
como un anuncio de cereales donde la gente sonríe
mientras se marchita en un mar de polímero.
Me he equivocado en tantos lunes de asfalto...
Tanto como me equivocaba al llamar “militantes”
a simples drogatas cargados de chapas,
camis y banderas de luchas parciales
que perdían su peso entre litronas y caladas.
He caminado con corvas rotas
haciendo dolorosos equilibrios en esta línea
fina como el filo de una navaja
entre la experiencia y los prejuicios.
Sólo al amanecer me olvido de que amanece,
de que amanece aquí, con el eco de una sábana
y la garantía de una respiración dulce
aunque cargada de malos sueños.
En la rutina cotidiana de la venta de los cuerpos,
veo a mis antiguos compañeros de escuela,
los veo con arrugas y con ojeras
siempre corriendo detrás de un hijo,
siempre el gesto gastado por una hipoteca.
Vivo en la fractura donde el vértigo al menos se vive.
Vivo al final de un tiempo que no termina de morir.
Vivo y muero en cada línea sin papel secante
y agotado caigo al mediodía cuando todo estalla.
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