Sobre mi espalda de troll agobiado por las sombras
construyo todos los asideros que necesito en la tormenta.
Hay un órgano celestial en cada suspiro resignado.
La música de las esferas que articulan los fémures.
Cada semana es una ventana veloz en el viaje,
un fotograma de horizonte imposible y sin entradas.
Alcanzo la certeza de que la criatura que voluntaria se quita la vida
deja patente su necesidad inamovible de un ángel de la guarda.
La realidad más banal y anodina es violenta como un putero.
Sus puñaladas y fracturas pasan inadvertidas en este trasiego de barro.
Habito la ionosfera de cualquier urbe.
Intento vivir sin considerar a mi perro comida o recurso,
escribir poesía sobre los restos de la víspera electoral,
metáforas y ritmo sobre nombres de alpinistas de cloaca.
No glorifico el trabajo porque es la broma pésima del que roba.
Me pondré a currar en serio cuando mi sudor no pague tabiques de platino.
Supongo que me uniré a la revuelta cuando
dejéis de envenenaros con la libertad en la boca.
Podéis empezar a llamarme pijo cuando
dejéis de gastaros el sueldo en anularos,
en alcohol, en pastillas, en cigarros de la risa.
Me siento insultado por vuestra desvergüenza,
igual a la de cada anuncio de casa de apuestas
que me llama simio submental a la puta cara
acuchillándome insoportable con decibelios.
La quinta columna de la banca pretende parar al fascismo
con una montaña de despidos y desahucios,
crear barricadas con las figuras quebradas
de las colas del hambre que acosan el amanecer.
Su despropósito es atroz pero nadie se levanta
y abandona el salón de actos.
Su gran estafa necesita todos los focos,
como un adolescente necesita hacer ruido
y ser incómodo a su pesar sólo para saber que existe.
Jugamos a un juego que sólo hace valer una regla,
pese a todo el peso de las ofertas de humo.
Como si la democracia burguesa
se comprendiera sin alambradas,
sin patadas al estómago del desposeído.
Me duele este pasar de los días como a quien le duele la risa
porque lleva tiempo cómodo en las lágrimas.
De una mansión sólo me interesan sus silencios.
Dame una choza sin la genuflexión de la palabra obligada.