viernes, 16 de abril de 2021

Restos de plantaciones de marihuana

En las afueras de mi barrio
de muertos de hambre hipotecados
por una burbuja de chalet y coche de vitrina,
se amontonan entre amianto y cascotes
restos de plantaciones de marihuana.
Flâneur de escombreras y deportista de vertedero,
cada verso es el espejo de un polígono industrial
quebrado por la crisis y sus metáforas,

alimentado en vano por líneas de alta tensión
que intentan resucitar un mundo sin cromosomas.
Te preguntas cómo se pueden torcer tanto las cosas
mientras olvidas que el viento vive en las curvas.
Acabas aceptando que o el ser humano es la mierda absoluta
o que el mundo está lleno de locos peligrosos.

Por eso en mis momentos más íntimos me vacío por dentro,
me desnudo de la inmundicia estirando el brazo hacia Federico.
Donde él veía borrachos pisando niños traslúcidos
nosotros justificamos cada miedo grabado en un préstamo bancario.
Hay un clac en nuestras cabezas que no cede,
hay un clac en nuestros pasos de androide condecorado de heridas,

un clac que es un impuesto, que es una aduana,
que es pagar un peaje, que es estar mal hecho de fábrica,
que es vivir a la luz lechosa de lámparas que nadie quiere,
aceptando que el silencio empieza en el rugido de un estadio de fútbol,
y que antes de un desahucio están las urnas y la mano invisible
imposible de ocultar porque está manchada de sangre.

El laissez faire es laissez mourir,
y sólo entiendo esta postura si aceptamos las úlceras
y las bocas arrancadas para no morder al compañero de jaula.
Caminando por los pasillos del supermercado intentamos
descuajarnos la piel cuando descubrimos en ella un código de barras.

Se ha borrado la línea entre la almohada y el grito ahogado,
las calles rezuman alacranes crueles por las alcantarillas,
el tiempo es un remedo grotesco de Atlas con el hombro dislocado.


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