La vida es demasiado breve
para memorizar tus propios poemas.
Lo que escribo es un erizo imposible
de acoger en manos cómodas,
por ello acaba en un descampado
rodeado de asfalto.
El ego de los poetas es descomunal:
Pavese aseguraba que Roma no tenía recuerdos;
Benedetti separaba por grietas
a prostitutas y policías,
como si no fueran parte
de la misma picadora de carne,
como si no fueran dos caras
de una moneda de mil caras.
Y es que la poesía, finalmente,
se consume como todo:
no está por encima de las cosas,
no está por debajo de nada alguna.
Está, como todo lo que arroja sombra
o chispa o recuerdos, sometida
al capricho de manos invisibles.
Con esta ancla aún
voy a vomitar libros sin manos:
no encuentro mejor forma de rabia
y desengaño y trinchera.
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Que se adaptó así:
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Que se adaptó así:
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