La furia del otoño es suave,
con su luz de crepúsculo inmisericorde,
con el rumor de caminos tejidos
en barro y hojas doradas.
Te sientes viejo cuando te das cuenta
de que no te sientes viejo.
En aquella caja de cartón
hay trozos de mundo abandonados,
varias rocas de Sísifo olvidadas.
Coger todos los recuerdos
arracimarlos a modo de escobón,
y con ellos limpiar esta casa lo suficiente
para habitarla un día más,
que nos ahogue una noche menos.
No deja de ser curioso que sea una ausencia
lo que nos haga abandonar lugares
en busca de nuevas ausencias.
La nostalgia es la opción fácil
en el miedo y el cansancio.
En el recuerdo,
la sombra de nuestros crímenes
—que quizá no pesen medio suspiro—
es una lanzada tan seria en las entrañas,
cuando acude su recuerdo súbito
con la dentellada feroz y sin aviso.
Por otra parte, salir a correr
y que el cerebro te traiga recuerdos
que te hacen descojonarte
jodiéndote la respiración.
El tiempo tiene forma y modales
de calle mojada en ciudad de provincia,
algo así como un momento detenido,
una situación no vivida
en otra época, como en blanco y negro,
como en páginas amarillentas.
Este espacio construido en un manojo de años
es el prisma de lo que fue, es y será,
nuestra balsa en un oceáno
sólo a veces en calma,
la única balanza, el único punto de mira,
un escaso catalejo, un cuaderno efímero,
un diario condenado a estar perdido,
una canción que creemos oir a lo lejos,
lo sólido de un espejismo de río
en la sonaja de los chopos que olvidan el verano.
La furia del otoño es suave,
suaves las arrugas y el crujido
de las ramas y las articulaciones,
punzadas de dolor subiendo montañas
mientras seguimos trazando una parábola,
lanzados por dios sabe quién,
bajando nuestro vuelo
poco a poco
sin pausa
a tierra.
..............................
..............................
Que se adaptó así:
No hay comentarios:
Publicar un comentario