sábado, 18 de agosto de 2018

La primera piedra

Los poetas que trepan y se toman tan en serio,
sólo orbitan alrededor de las agendas más abultadas,
más eléctricas y omnipresentes,
quedando el papel en las tareas por hacer.
Adoran llamarse mutuamente valientes,
cuando cabalgan escenarios con pose heroica,
desfilan en bares y centros concertados con el Ibex,
pero nunca recitaron escupiendo en la cara de un madero,
barricando con sus versos un desahucio.
Se palmean en cadena las espaldas por su arrojo claro,
pero seguimos sin entender qué dijeron.
Lanzan sus alabanzas de tenis de mesa,
como un bumerang, como a un espejo fractal de balanzas,
y sus líneas son digeridas -sin necesidad de bicarbonato-
hasta por Jose María Aznar.
No saben cuidar de su barrio,
pero nos hablan de germinar el futuro.
Llegan a ser graciosos,
como una máscara de animal de extraña latitud
en el ascensor.
Reyes del mambo pero ovejas camino del Matadero.
Nos llueven sus libros a tres líneas por hoja
en el tiempo de los bolsillos vacíos.
Vacíos nos llueven sus libros, su papel de hueso gritando
que el emperador sigue desnudo.
Arguyen la condición rompedora del silencio,
pero no hay otro regalo más deseado por el tirano
que la ausencia de grito,
la carencia de chillidos de tenedor acuchillando platos tristes,
el vacío de tumultuosas carreras infantiles sin hipoteca.

Supongo que ahí estamos, sin tirar la primera piedra
y deseando firmar el humo y el foco.

No hay comentarios:

Publicar un comentario