viernes, 24 de agosto de 2018

Mirador

Un hueco entre las nubes,
Dios nos espía por una cerradura de vapor
con su haz de dedos dorados.
Se enciende la tele y balbucean futbolistas
propiedad de multinacionales
que financian a mercenarios,
y banderas en ventanas y berridos primarios
y entiendo la guerra eterna. Ninguna simpatía por quienes corren,
gustosos y ávidos, a ser carne de cañón.
En este mapa de abolladuras los que oyen voces,
los que hablan con Dios, esos
a quienes la aritmética reptiliana de la magia sobrecoge,
así deciden someter a yugo pentagramas,
bosques y tejados.
En la barricada baldía, se proponen antídotos
tan inermes como mujeres aspirando cáncer de hombre.
La indignación por un cruel vídeo viral nos ahorra
ver la argamasa atroz de cualquier coordenada.
Un like y un me interesa vinieron a sustituirte
en la primera línea, en el cemento y la raíz,
en el edificio de tu tiempo.

Queda la primavera,
con su ejército de semillas agazapadas y al acecho.
Algo inmenso y desafiante
como versos en la cancela del camposanto.
Quedará, sin embargo, también mi cadáver,
enamorado de los gigantes, de los titanes que enfrentan
(más y más ciclópeos siempre)
a la nanotecnología propagándose,
más de polímero y fibra y drone certero.

Quedará mi cadáver poroso, alimento de árbol,
cerrando la elipse de serpiente que un buldócer quiere trocear.

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