viernes, 24 de agosto de 2018

Un adosado para los críos y el perro

Matarían por un adosado de las afueras, en el campo. Cuando se hipotecan de por vida en uno, maldicen a los insectos del campo, a los roedores del campo, a los olores del campo, a la falta de autobuses en el campo, a no poder aparcar sus tres coches en la puerta de su casa en el campo. Dicen buscar la paz del suburbio, mientras portan el ruido y el residuo, exigen nuevo asfalto del colegio a la oficina, más carreteras como latigazos al territorio, incapaces de dejar la herida. Asiduos al codazo como método de escaleras.

En la órbita decolorada de la ciudad, sé que una silueta a lo lejos —minúscula entre caminos y tallos dorados—, será la puerta al abismo, epicentro clónico de esta malla del desastre.

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