Matarían por un adosado de las afueras,
en el campo.
Cuando se hipotecan de por vida en uno,
maldicen a los insectos del campo,
a los roedores del campo,
a los olores del campo,
a la falta de autobuses en el campo,
a no poder aparcar sus tres coches
en la puerta de su casa en el campo.
Dicen buscar la paz del suburbio,
mientras portan el ruido y el residuo,
exigen nuevo asfalto del colegio a la oficina,
más carreteras como latigazos al territorio,
incapaces de dejar la herida.
Asiduos al codazo como método de escaleras.
En la órbita decolorada de la ciudad, sé que una silueta a lo lejos —minúscula entre caminos y tallos dorados—, será la puerta al abismo, epicentro clónico de esta malla del desastre.
En la órbita decolorada de la ciudad, sé que una silueta a lo lejos —minúscula entre caminos y tallos dorados—, será la puerta al abismo, epicentro clónico de esta malla del desastre.
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