sábado, 27 de abril de 2019

Quizá sueñen las montañas...

Quizá sueñen las montañas
con ser llanura y lago,
quizá el viento anhele ser espiga.
Quizá la mecánica y su ortografía
opten por descansar en el prado
y abandonar sus medallas,
su lógica dentada de granito;
quizá el mundo un error y un anhelo
y con ese boceto toda torre sea un fracaso
tan lento que pase inadvertido.
Quizá por todo ello vivir en las ruinas
devenga el único horizonte posible.

viernes, 19 de abril de 2019

Queríamos ser ornitólogas...

Queríamos ser pintores,
queríamos ser ornitólogas
y las matemáticas nos lo impidieron.
Un engranaje grabado en la ingle
bajo una infantil luna de lana
había conformado hasta entonces
paisajes de futuro cálido, de nenúfar.
Pero pasan los años y, joder,
siguen despeñándose las noches
sin remedio, nuestros dedos gastados
de aferrarlas sin fruto,
pues el día siempre emerge sin perdón.
Hoy nos duelen las espaldas
de desatascar cañerías
en un mundo obtuso de cal y grasa.
Abrimos sus grifos hirviendo
dejando al tiempo hacer lo suyo,
aunque perdamos la fe:
cómo confiar en el arcoiris
nacido bajo la lluvia ácida.
Adoramos el hueco libre
que dejan los coches al morir.
Anhelamos la hierba que toma
sin permiso, irreverente, inevitable
los osarios y cráteres de obús.
Sólo usamos estanterías de metal,
las únicas capaces de aguantar
nuestra historia de mercadillo,
nuestro peso insoportable.
Descansamos en torsión
y soltando gas:
se nos duermen los brazos
de tan graves y en escorzo,
se nos escapan las tripas
de tan leves.
En nuestras gargantas
empujamos las palabras
más allá del pánico
cuando no tener miedo es ser idiota
y cuando ser valiente es conocer el miedo
y, pese a todo, abrir la boca
para que hablen los ojos.
Hace tiempo que habitamos y limpiamos el convento.
Nuestro día expira, y en los minutos que restan
preferimos no recordar cómo ensuciar mosaicos.
Dejaremos este prado con la mirada limpia,
nadando entre astros,
dejando atrás toda órbita.




jueves, 11 de abril de 2019

lunes, 8 de abril de 2019

El reloj camina

Cuando la luz es invisible, 
cuando la luz es vacío, 
las montañas pasan a ser estrellas, 
las estrellas son gotas.

 
El reloj camina. 


Cuando el sonido es agua, 
cuando el sonido es tierra 
el mar es página, 
las páginas, abrazos. 


El reloj camina y el invierno llega.
El último, crudísimo invierno.

La soledad como una mariposa

En la esquina del día, 
el sol calienta.
Este ladrillo
no levantará un hogar, 
pero su guadaña
rasgará el aire. 

La soledad como una mariposa. 

Este grito no rompe el muro
pero nos ilumina en la noche. 
Esta sonrisa es una nube;
pronto marchará. 

La soledad como una mariposa. 
Al final del día nos reunimos 
y tejemos lágrimas en el tapiz común. 

No hay lugar, no hay tiempo, 
no hay tejado ni ventanas, 
habitamos el páramo

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Este poema se adaptó al euskera para el proyecto Urrun:
https://urrun.bandcamp.com/album/ez-dago-denborarik

Di tu nombre...

Di tu nombre. 
Di tu nombre aquí. 
Di tu nombre de árbol, 
pues este bosque es eterno. 

(En las brumas recordamos, 
en el musgo resistimos). 

Las hachas pierden su filo 
cuando la savia arde. 
Las hachas tienen miedo 
en el corazón del bosque. 

(En las brumas recordamos, 
en el musgo resistimos). 

Decimos nuestros nombres 
y nuestra historia crece. 
La roca recuerda 
y el valle es memoria.

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Este poema se adaptó al euskera para el proyecto Urrun:https://urrun.bandcamp.com/album/ez-dago-denborarik

Depender del silencio de las calles...

Depender del silencio de las calles para permanecer. No buscamos las palabras. Ya muere el sol: nuestras manos, heladas. Nos abrazamos en la soledad del asfalto, del poliedro. La geometría nos alimenta durante el invierno. Vuelta a recorrer nuevas arrugas, sin objeto, en un tiempo vacío. Ayer te vi y te ignoré: no puedo abrir más mis grietas. Todo ahí afuera es aterrador... Hay una guerra en el silencio. Somos las víctimas de nuestros cuchillos y disparamos a nuestros hijos. Nos han alquilado cada frase, nos desahucian de lo que decimos. Hay una fosa, una línea, una cicatriz en la pupila, las agujas de aquel reloj clavadas en la lengua. Nos hacen olvidar que son de piedra nuestro pies, dónde dormimos, dónde vivimos. Atados a un trabajo que no tenemos, un trabajo que anhelamos, aunque lacere nuestros cuerpos. Se abre el mundo sin razón: perdemos el tiempo bajo tierra. Respiramos barro y queremos llorar. No encontramos agua que nos limpie.

Se han torcido las letras...

Se han torcido las letras
y las semanas se anudan sin riego,
sufrientes y agostadas…
son grito estático.
Claves secretas bajo el sol que estalla:

tu boca de huerto


tus manos frías y dulces
manos de helado de vainilla

tocar la batería como una polilla revolotea,
rozando torpe una luz plena, divina, mortal


un pentagrama como estrella polar,
sus fraseos musgo en la curva,
en el anillo perfectísimo

un plato de comida caliente
tras la ciudad mojada y fría.


Todo cae hacia arriba
y el cielo se desfragmenta
porque el mundo va despacio
y algo va a ocurrir;
el arco del espejo gime
con esta tensión abisal. Erigimos un búnker
entre pedales y galletas,
café. Estaremos preparados.

Cabronías (XII)

Vivo en una ciudad de derrotados
que se llenan las encías de libertad
pero exigen corrales bici y
pagan a precio de oro un cáncer de pulmón
a una multinacional.
Perdidos se sienten sin muros ni cadenas
aunque creen estar cambiando el modelo:
en realidad solo limpian escaparates.
En las cúpulas del Íbex perfeccionan al tonto útil:
quintacolumnistas que no saben
que lo son.
....

Como solo hablabais de derechos civiles e individuales
mientras los colectivos y económicos volaban,
de repente me vi muy lejos, muy fuera,
en ruta clara y sin tropiezos hacia la pena sideral.
...

Cada lágrima, una aurora,
cada lágrima, un camino.
...

Me invitas a tu evento:
en la balanza combate la poesía
con el tráfico y esta miseria nuestra de urbe.
...


El cansancio es como la estupidez humana:
eterno.
Sueño cansado y miro cansado el cielo.
Se agotan los días de agotarme
y exhausto caigo al suelo
tras recorrer los metros finales del día
y los sombríos meandros de la noche.

...


Tú que apestas a colillas y chustas,
a enfisema y catarata extinta,
me echas en cara el olor
de ir en bicicleta por la vida.
Criatura imbécil y al revés,
anhelando la inmortalidad
mientras se autodestruye.