viernes, 19 de abril de 2019

Queríamos ser ornitólogas...

Queríamos ser pintores,
queríamos ser ornitólogas
y las matemáticas nos lo impidieron.
Un engranaje grabado en la ingle
bajo una infantil luna de lana
había conformado hasta entonces
paisajes de futuro cálido, de nenúfar.
Pero pasan los años y, joder,
siguen despeñándose las noches
sin remedio, nuestros dedos gastados
de aferrarlas sin fruto,
pues el día siempre emerge sin perdón.
Hoy nos duelen las espaldas
de desatascar cañerías
en un mundo obtuso de cal y grasa.
Abrimos sus grifos hirviendo
dejando al tiempo hacer lo suyo,
aunque perdamos la fe:
cómo confiar en el arcoiris
nacido bajo la lluvia ácida.
Adoramos el hueco libre
que dejan los coches al morir.
Anhelamos la hierba que toma
sin permiso, irreverente, inevitable
los osarios y cráteres de obús.
Sólo usamos estanterías de metal,
las únicas capaces de aguantar
nuestra historia de mercadillo,
nuestro peso insoportable.
Descansamos en torsión
y soltando gas:
se nos duermen los brazos
de tan graves y en escorzo,
se nos escapan las tripas
de tan leves.
En nuestras gargantas
empujamos las palabras
más allá del pánico
cuando no tener miedo es ser idiota
y cuando ser valiente es conocer el miedo
y, pese a todo, abrir la boca
para que hablen los ojos.
Hace tiempo que habitamos y limpiamos el convento.
Nuestro día expira, y en los minutos que restan
preferimos no recordar cómo ensuciar mosaicos.
Dejaremos este prado con la mirada limpia,
nadando entre astros,
dejando atrás toda órbita.




No hay comentarios:

Publicar un comentario