Déjame un poco más, no me mandes a dormir todavía.
Me dan miedo los colchones, son como tumbas abiertas.
Estaría bien morir mientras soñamos con dragones.
Yo me quiero ir así, sin preguntas ni certezas,
plácido en el pulso de la fase REM,
limpio, infante sin mancha.
Dame noches para huir, dame horizontes que hollar.
No me obligues a apagar la pantalla ni la luz.
Déjame sólo intentar el desvío del planeta.
Qué se le va a hacer si tal órbita me es extraña,
si me duelen ya los hombros de cargar con su elipse,
si crujen de esta condena a la trinchera de la almohada
cuando aún lanzaría gritos irredentos en callejones.
Quién pudiera respirar la atmósfera de Júpiter,
soportar su gravedad nebulosa
y descansar en sus cristales;
no volver a ver vuestra vida hipotecada,
atascada en carretera las mañanas frías de lunes,
no asumir la tristeza en vuestras caras...
Y que el ruido del progreso se perdiera acolchado
en la distancia sideral, en el vacío aterido del cosmos.
Ver estallar la Tierra y todos sus machetazos,
y todas vuestras miserias dipersas en el éter.
Reconocer la noria de esta parábola planetaria,
el agua que no cesa,
constante en su devenir y en su contrato.
Despertar por convenio al martillo del día.
Algún día el reloj tendrá pies en lugar de manillas,
esas manillas con las que aferra los días y evita su vuelo;
echará a andar entonces y en el viaje
vomitará todos sus ciclos pasados:
su esfera será eterna e inconclusa.