Qué revolución haré yo si mi espalda cruje
y mi cabeza se vence bajo los tejados.
Si la única vez que amenacé a un empresario
con mi sindicato, mi sindicato me dejó tirado
y el empresario sigue bailando sobre tumbas.
Qué revolución ni que consciencia del momento
si sólo me puedo dejar bigote
para estar a la altura de la historia
Ahora que huelo a señor mayor,
ahora que huelo a gordo,
ahora que estoy amargado,
ahora que estoy orgulloso.
Sólo guardo una certeza obligada:
no seré un viejo de cuerpo roto por el trabajo
al que le roban la pensión y la cama del hospital.
Sería horrible morir sin haberse hastiado de todo,
de todas las guitarras y todos los versos
y todas las películas y todos los abrazos;
Me pasa haciendo música
lo que me pasa con la comida:
prefiero la cantidad a la calidad,
lo importante es seguir el camino
y asegurarme de estar vivo y fuerte
bebiendo el zumo del mundo
como si el mañana fuera un cuento de niños.
Procedo al parte de guerra:
Se han diezmado las calles y las fábricas,
se han decuplicado los pobres y los beneficios.
El terror de perder el curro es el terror
de perder las cadenas.
Los que viven a más distancia social de ti
son los que se pueden permitir la distancia física.
El lenguaje es un arma sin inocencia
en estos días de derrota.
Y el lenguaje es la ciénaga
en la que habéis hundido mis puños.
Habéis conseguido que quedarme en casa
mano sobre mano
sea menos lesivo que toda vuestra militancia.
Con la excusa de que los tiempos cambian
repetís los errores y mentiras de siempre.
Todo cambia para que nada cambie,
sólo queda lodo flotando en las aguas
revueltas y estancadas.
Cada línea de verdad es un gargajo
en vuestra cara,
un paso más hacia el desierto,
con la izquierda militando en causas
que financian billonarios anticomunistas,
porque la excusa de la libertad
es el eslógan de la libertad de mercado
al final de esta fábula
Tengo ya cuarenta y cinco y me esfuerzo
en no aprender más nada,
pues a la vejez se entra haciéndole un quiebro
a la infelicidad y su cornamenta desesperada.