martes, 19 de mayo de 2020

Ahora que huelo a señor mayor


Qué revolución haré yo si mi espalda cruje
y mi cabeza se vence bajo los tejados.
Si la única vez que amenacé a un empresario
con mi sindicato, mi sindicato me dejó tirado
y el empresario sigue bailando sobre tumbas.

Qué revolución ni que consciencia del momento
si sólo me puedo dejar bigote
para estar a la altura de la historia

Ahora que huelo a señor mayor,
ahora que huelo a gordo,
ahora que estoy amargado,
ahora que estoy orgulloso.

Sólo guardo una certeza obligada:
no seré un viejo de cuerpo roto por el trabajo
al que le roban la pensión y la cama del hospital.
Sería horrible morir sin haberse hastiado de todo,
de todas las guitarras y todos los versos
y todas las películas y todos los abrazos;

Me pasa haciendo música
lo que me pasa con la comida:
prefiero la cantidad a la calidad,
lo importante es seguir el camino
y asegurarme de estar vivo y fuerte
bebiendo el zumo del mundo
como si el mañana fuera un cuento de niños.

Procedo al parte de guerra:
Se han diezmado las calles y las fábricas,
se han decuplicado los pobres y los beneficios.
El terror de perder el curro es el terror
de perder las cadenas.
Los que viven a más distancia social de ti
son los que se pueden permitir la distancia física.

El lenguaje es un arma sin inocencia
en estos días de derrota.
Y el lenguaje es la ciénaga
en la que habéis hundido mis puños.
Habéis conseguido que quedarme en casa
mano sobre mano
sea menos lesivo que toda vuestra militancia.


Con la excusa de que los tiempos cambian
repetís los errores y mentiras de siempre.
Todo cambia para que nada cambie,
sólo queda lodo flotando en las aguas
revueltas y estancadas.
Cada línea de verdad es un gargajo
en vuestra cara,

un paso más hacia el desierto,
con la izquierda militando en causas
que financian billonarios anticomunistas,
porque la excusa de la libertad
es el eslógan de la libertad de mercado
al final de esta fábula

Tengo ya cuarenta y cinco y me esfuerzo
en no aprender más nada,
pues a la vejez se entra haciéndole un quiebro
a la infelicidad y su cornamenta desesperada.


domingo, 17 de mayo de 2020

Las calles vacías de la gran pandemia

En las calles vacías de la gran pandemia
todos remamos al compás del oligarca
en un barco varado 
mientras trafican con nuestro miedo.

En las calles vacías de la gran pandemia
amanece mucho antes -lo he visto-
aunque la luna se aferre a la noche
disfrutando del silencio.

En las calles vacías de la gran pandemia
la vegetación se desborda y la gente es una amenaza que crece
como crece el odio en la mirada de la urraca,
como brotan hematomas y mordazas,
como mueren las caricias y engorda la banca.

En las calles vacías de la gran pandemia
el imbécil del BMW y bandera de España en ventana
se asusta del bosque y procede a arrancar su motosierra.

En las calles vacías de la gran pandemia
los faros lejanos del tráfico son señuelos
de monstruos abisales
y los colegios enmudecen un poco más.
En las calles vacías de la gran pandemia 
se mezclan las salivas de porro en porro
porque la muerte se vende a la baja
y los viejos ya no cotizan.

En las calles vacías de la gran pandemia
nos aglomeramos bajo tierra mientras nos roban los besos,
somos rentables como uvas antes de bajar la prensa

Y comprendo que no hay futuro
en el hedor del tabaco al amanecer;
y si no masticas sangre pisando un acelerador
al final te hacen desaparecer.
En las calles vacías de la gran pandemia
las reuniones serán solo para consumir,
para que no veamos cómo nos consumimos
en el frío.




lunes, 4 de mayo de 2020

Cuando esto pase...

Vivo en un mundo donde se pudre alimento
por excedente en el bolsillo de los ricos;
donde el corazón de un continente
se construye con pandemias
que hace un siglo tienen cura;
donde el confinamiento y la tortura
se pretenden herramientas de reintegración.
Un mundo gobernado por gente
que quiere morir multimillonaria
entre llamas y hambrunas.
Un mundo que me ha encerrado
en casa hace ya un tiempo,
pues en la gente encuentro
más problema que solución. 

Cómo me pides entonces
que escriba sobre este virus,
sobre quedarme en casa
si paso años sin cantar otra cosa.
Ya ves, nosotros escribiendo
y cantando en esta furia inútil
por dejar un legado;
y tantas fosas comunes por el mundo llenas
de dolor anónimo sin poso en el tiempo.
Eso sí, nunca canté en balcones:
me invade esa vergüenza ajena
de la saeta pomposa e hinchada
al paso de un muñeco de madera.
En los balcones se cuelgan las vergüenzas.
"Yo aplaudí a los sanitarios". 
Como Boris Johnson, como Ana Botín.
En cambio, no te vi en la marea,
y sí riéndote de mi pancarta
—la de "Todos somos pensionistas"—
que cruzaba Madrid a pedales.
Como vecino prefiero una gotera
antes que las banderas de los idiotas.
De esta no salimos juntos.
De esta hemos entrado
y saldremos separados.
Como debe ser.

Vivimos un momento Stalingrado
en el que los soviéticos dejan de luchar
porque el socialismo les parece autoritario.
Estamos vendidísimos y orgullosos
de la derrota de nuestros hijos.
"Cuando esto pase..."
seguirá pasando,  pero no lo veremos.

Cantan los pájaros diferente
y las carreteras tiemblan ante el bosque.
Frente a la ley del mercado
la ley de la gravedad,
el peso inabarcable de lo dialéctico
y esta fragilidad desnuda como la primera noche.
¿Quién será el primero, cuando esto acabe,
que, mirando los cielos, limpios como nunca,
decida apuñalarlos con las llaves de su coche
como siempre?
La normalidad es el ruido.
Lo normal es el asesinato.
Es normal el cadáver a los postres
y sangrando por todo el menú,
y flotando en el café.

El ciclo de sueño del mundo 
son las horas de sueño del tiburón
y su interés parejo por el ser humano.
El dinero se deja llevar por la corriente
y descansa de su matanza cotidiana.
Cuando todo esto acabe
no habrá parado su cielo de dentelladas
bajo las olas del mar infinito.

viernes, 1 de mayo de 2020

He soñado que ligaba y ni así la cosa cuajó.

Todo el mundo quiere tu piel;
yo he atisbado aquí bajo la lluvia
tu susurro más cálido y secreto.
Me siento como la niña de la curva
porque moriré en cualquiera de las tuyas.
Llévame a tu casa que acortemos la distancias,
que vayamos más allá de los espejos.
Que me lleves a tu casa y verte bien de cerca
y grabar algunas líneas de brisa para siempre
en nuestra habitación más oculta.
Llévame al rellano de ese cuarto piso sin ascensor
y así camuflemos el porqué de nuestro respirar roto.
Llévame a tu casa que me muero por ser recuerdo
amable en tu pared y náufrago en el mar de tu cortina,
buzo en la fosa atlántica de tu colchón;
que conozca las arañas
de todos tus rincones y tras tus armarios,
y que me cuenten cómo duermes y sueñas.
El portal de tu bloque es a otra dimensión
y en las paredes de tu dormitorio
gruñen las bestias impotentes:
vecinos masturbando televisores.
Ahí fuera la guerra de reiterado morir,
aquí en tus paredes la paz que estalla para siempre.
Llévame a tu casa para no tocarnos
pues saber que era posible bastará
en ese tenernos por siempre en la memoria.
Llévame a tu casa para bajar triste las escaleras
más tarde en la madrugada;
habremos preferido cometer un error
antes que hacernos equívoco arañando mapas:
ver las luces del norte fue mejor que poseerlas.
Decir “no” porque podemos
y así no olvidar nunca.
Me llevaste a tu casa para negarlo todo.