Todo el mundo quiere tu piel;
yo he atisbado aquí bajo la lluvia
tu susurro más cálido y secreto.
Me siento como la niña de la curva
porque moriré en cualquiera de las tuyas.
Llévame a tu casa que acortemos la distancias,
que vayamos más allá de los espejos.
Que me lleves a tu casa y verte bien de cerca
y grabar algunas líneas de brisa para siempre
en nuestra habitación más oculta.
Llévame al rellano de ese cuarto piso sin ascensor
y así camuflemos el porqué de nuestro respirar roto.
Llévame a tu casa que me muero por ser recuerdo
amable en tu pared y náufrago en el mar de tu cortina,
buzo en la fosa atlántica de tu colchón;
que conozca las arañas
de todos tus rincones y tras tus armarios,
y que me cuenten cómo duermes y sueñas.
El portal de tu bloque es a otra dimensión
y en las paredes de tu dormitorio
gruñen las bestias impotentes:
vecinos masturbando televisores.
Ahí fuera la guerra de reiterado morir,
aquí en tus paredes la paz que estalla para siempre.
Llévame a tu casa para no tocarnos
pues saber que era posible bastará
en ese tenernos por siempre en la memoria.
Llévame a tu casa para bajar triste las escaleras
más tarde en la madrugada;
habremos preferido cometer un error
antes que hacernos equívoco arañando mapas:
ver las luces del norte fue mejor que poseerlas.
Decir “no” porque podemos
y así no olvidar nunca.
Me llevaste a tu casa para negarlo todo.
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