Nuestra condición de niños
no nos excusa de tener límites;
todo lo contrario,
deberíamos aceptarlos con gozo.
Hablar de planes de futuro,
infantilmente intentar una eternidad,
engañarnos
ante lo inevitable de nuestros giros
que atraviesan el tejido de las cosas,
ignorando los vientos que desnudarán
la carne de nuestros huesos.
Conocer que la caída es nuestra frontera
para ser en todo lo posible que somos.
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