miércoles, 3 de mayo de 2023

Los caninos de leche que se negaron a abandonarnos

Cuando éramos jóvenes
y pensábamos
que el objeto de cada noche
era el arder de nuestros cuerpos
y voces a lo bonzo,
creíamos que la eternidad era posible
sólo porque podemos nombrarla.
Seguimos en ello, idiotas,
y por eso jamás perdimos la cabeza...
más bien todo un mundo hemos perdido.
Pretendemos ignorar los años y los achaques,
y la rodilla y el tobillo,
y ese olvidarse las razones (por lejanas)
que no dejan de ilustrarnos.
Toda la vida cuidando los dientes
a cepillo, comiendo sin ganas
manzanas y sésamo,
huyendo del tabaco,
temiendo el café que no abandonamos…
para que finalmente
en una madurez muy mal llevada
acaben pudriéndosenos
los caninos de leche
que se negaron a abandonarnos.
Nuestras piernas, sus articulaciones,
van perdiendo su ansia de caminos,
su habilidad de hacer de las montañas
parte de una inmensa rayuela.
¿Hay mayor pérdida que la del tiempo,
la de todas nuestras puertas
y caminos y todo lo demás?




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