domingo, 18 de agosto de 2024

"VERBENA", plaqueta de ferragosto de 2024

Arde Madrid

y se reproducen sus errores

en el sudor de la noche tórrida.

Una escuadra de criaturas ruidosas

sin nada que decir,

con todo dicho por otros,

con todo perdido hasta ahora

y el resto por perder,

con todos sus gritos y sus huidas

en un expositor que llamamos ciudad,

asiente obediente

cuando rompe la madrugada.

Todos los desperfectos bajo la luna

ya estaban presupuestados,

y deberán ser fiscalizados

en la próxima declaración de irpf.

El grito espontáneo lo entrega chatgpt

y todo el código será necesario

para alimentar el océano de los banqueros

y sus muertos de vapor,

muertos en guerras,

muertos de traje y corbata

viajando en ascensores.

Habíamos dicho que la noche se precipita

como una duda irresoluble,

pero en el colapso del cielo apenas

lo percibimos.

Caen entonces personas y estrellas

en un paisaje que es sólo caída,

que es sólo un continuo de vértigo.

Queréis convencerme

de que el cosmos se refleja mejor

en charcos de orina desde siempre,

que ese es su único espejo.

Obcecados, chapoteáis

en el jugo gástrico del ruido y la furia,

y lo llamáis amor,

lo aceptáis con brazos abiertos en canal,

porque adoráis la voz del cuchillo,

la vena desangrada,

los dedos sin huella,

una calle vacía en el tumulto,

una vida llena de huecos y preguntas,

un viaje de giros sin mapas,

una conversación con todo ya dicho,

con su tela apolillada

porque es mejor el embuste

que encontrarse a solas,

sin otra voz que la propia.

Madrid esta noche de agosto  hiede

a todas las noches,

a porros y colillas,

Madrid es tan miserable,

y quiere huir de lo que es…

Tiene claro que nunca será

lo que llegó a ser.

Es extraño y doloroso este cristal

sin reflejos de tan vacío.

Son los tiempos del final de un tiempo.

El ritmo común a todas las pantallas

es el alarido de un simio abandonado

por el futuro.

Dos muchachas se abrazan bebidas

al borde del vómito,

al borde de tantas cosas,

sin bordes con la realidad

que sigue siendo un hacha

de pedernal ensangrentada.

Tengo ya una bola de ceniza y chustas

en el pecho

y mañana me pesará

como tres años en el paro.

He visto cómo los parásitos vinieron

para quedarse en esta tácita derrota,

labrando sus galerías en nuestros alveolos,

en cada contrato temporal,

en cada fianza de alquiler imposible.

He visto y ya dejo hacer,

porque quién soy yo para decidir

el arma y el momento del suicida.

Viviremos para siempre

cuando mueran los necesarios,

viviremos tanto

que todo perderá definitivamente

su sentido de ser,

porque nunca nada lo tuvo

aunque el miedo nos obligaba a hallarlo.

Y así nos encontrarán por nosotros

un sentido alienado,

en manos ajenas,

en bolsillos lejanos,

en el absurdo

de un planeta de silicio y coltán

donde molestemos

menos de un cinco por ciento.

Y hoy esta noche

hace tanto calor,

hay tan poca gente en el mundo

y tantas personas en esta plaza

que toda la ciudad es un desierto

abrasado hasta el cristal.

Hoy —digo—

hierve tanto la madrugada

que sólo siento frío ante el invierno

que ya está aquí,

entre nosotros, 

inadvertido.





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