jueves, 13 de febrero de 2020

Abolir el trabajo, levitar como un dios

Abolir el trabajo y levitar como un dios,
y no vender un libro
porque no estamos en la poesía
para hacer amigos.
Intentas lucir tu individualidad
en el atasco colectivo
que dos veces al día
te roba el aire.
Vomitar monedas
como gesto de los tiempos.
Madrid como una legaña
en la conjuntivitis de las autovías
y los polígonos como orzuelos,
molestos en las nubes y su espejo.
El dinero como el sexo es miserable
por sucio e inevitable.
Ningún corrector de texto
consigue arreglar su discurso torcido.
En los círculos de las palabras
giramos como libélulas en charcos,
como polillas acosando farolas,
como fuegos fatuos
condenados a la lluvia.
Mientras hablamos creemos encontrarnos;
en realidad nos perdemos en pasillos,
desorientados en laberintos
que no llevan a parte alguna,
sin objeto;
corredores anudados
que nadie puede resolver,
que nadie quiere derribar.
Así nos construímos
entre paredes de humo
y muros cubiertos de espejos,
entre voces y sus ecos
en la distancia.
Toleramos lo intolerable
porque al final del día
nadie quiere dormir solo,
todos quiere pisar a alguien,
nada es lo que parece,
todo se cierra en falso
y sólo queda el silencio
y este vacío perdido
en horizontes sin descanso.
Por las noches desde la bici
el mundo es en blanco y negro:
al anochecer el mundo gana
resolución y grano.
En la madrugada las sombras son grietas
y a cada pedalada el universo se expande,
aunque Brooklyn no lo haga,
ni tampoco tu sonrisa,
que desbordar su caries de decadente tristeza
en instagram.
Aquí abajo todos flotamos
antes de hundirnos.
Abolir el trabajo para comenzar a levitar.

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