Sin tele ni videojuegos
acabo confuso y aturdido como Pessoa,
haciendo ruido agarrado a una pluma
para no prestar atención al mundo.
Sólo la quinta columna del capitalismo
ha conseguido sacarme de la calle,
y este dolor es tan poético
que lo abrazo entre carcajadas.
He salido a explorar grietas,
practicar espeleología en el vapor
que aturde la atmósfera.
No sé cuándo volveré
pero sí qué me llevo pegado a la memoria;
sí conozco el grosor de mi piel
donde las quemaduras florecen.
Quedaos en el muladar que veis como jardín.
Yo asumo que el ser humano es
esa criatura estúpida que llama libertad
a fumar y encerrarse en carriles bici.
Asumo vuestra ansia por despeñaros
y maquillaros con cuchillas.
Se acabó mi tiempo en vuestras venas.
Invierto los posos de mi cuenta bancaria
en un telescopio que levante distancias.
Abro galerías cegadas por el dueño de la mina
y descubro allí todas las respuestas que le arañan.
Lástima ser tan joven, lástima ser tan viejo
y estar en medio de esta derrota constante,
haciendo equilibrios en un balancín oxidado
que alguien celoso dejó varado en tierra.
Ya no salgo a jugar al parque
por miedo a pincharme con una chuta
de las que pintan al óleo las hambres
y las nadas de nuestros días sin nombre.
Para qué dar machetazos en la selva
cuando la procesión se arrastra en el fango
intoxicada de cielo que nunca está al alcance
de los besos y las manos.
En las alcantarillas resiste la última verdad,
y entre vapores y miasmas florece una luz.
Confuso y aturdido, detrás de mil lentes
acoto a diario el radio del estallido,
el calibre de las grietas de las ciudades
y el perímetro roto de sus gentes.
acabo confuso y aturdido como Pessoa,
haciendo ruido agarrado a una pluma
para no prestar atención al mundo.
Sólo la quinta columna del capitalismo
ha conseguido sacarme de la calle,
y este dolor es tan poético
que lo abrazo entre carcajadas.
He salido a explorar grietas,
practicar espeleología en el vapor
que aturde la atmósfera.
No sé cuándo volveré
pero sí qué me llevo pegado a la memoria;
sí conozco el grosor de mi piel
donde las quemaduras florecen.
Quedaos en el muladar que veis como jardín.
Yo asumo que el ser humano es
esa criatura estúpida que llama libertad
a fumar y encerrarse en carriles bici.
Asumo vuestra ansia por despeñaros
y maquillaros con cuchillas.
Se acabó mi tiempo en vuestras venas.
Invierto los posos de mi cuenta bancaria
en un telescopio que levante distancias.
Abro galerías cegadas por el dueño de la mina
y descubro allí todas las respuestas que le arañan.
Lástima ser tan joven, lástima ser tan viejo
y estar en medio de esta derrota constante,
haciendo equilibrios en un balancín oxidado
que alguien celoso dejó varado en tierra.
Ya no salgo a jugar al parque
por miedo a pincharme con una chuta
de las que pintan al óleo las hambres
y las nadas de nuestros días sin nombre.
Para qué dar machetazos en la selva
cuando la procesión se arrastra en el fango
intoxicada de cielo que nunca está al alcance
de los besos y las manos.
En las alcantarillas resiste la última verdad,
y entre vapores y miasmas florece una luz.
Confuso y aturdido, detrás de mil lentes
acoto a diario el radio del estallido,
el calibre de las grietas de las ciudades
y el perímetro roto de sus gentes.
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