Soy el que menos pinta aquí
pero todos insistís en cargarme de pinceles.
Cuando se acaba el café en casa
vislumbro flashes del fin del mundo.
Paso las horas dando ostias de esas
que te encogen las pelotas
y hacen temblar tus tripas.
Suelo masticar cebollas
para evitar problemas de ingle.
No cruzo fronteras alambradas:
me refugio de la realidad.
La idea es esa: no cruzar, no moverme,
sólo aferrarme a las paredes de mi cráneo.
Piensa honestamente en el esfuerzo
de cultivar una relación sin prótesis,
con sólo la voz y el tiempo.
Piensa en la cojera de tus llamadas
y en la corriente de agua emocionada
por su propia inercia.
A veces la lluvia cae con razón;
otras, sin ella, dislocada.
Hay un páramo ilimitado en mi pared
donde acechan varias fata morgana
diagnosticando lo inútil de la brújula.
Me pasé la universidad viajando tras cada clase al baño
metiendo la cara en agua helada para despertarme,
las primeras contracturas germinando en la espalda
tras descargar trailers cada noche a contrarreloj.
Es un buen retrato de mi caída
(pues sólo he vivido tropezando y comiendo tierra)
y con él alcanzo el triunfo.
En el epitafio que nadie me rendirá,
podrá leerse: “hizo música y versos de mierda
que a nadie interesaron…”
y ¿sabéis que?:
Con eso existirá, si bien fugaz,
la certeza inútil de que viví como dios manda,
viví en el borde recto de las cosas.
Habré llevado la roca a la cima de nuevo,
habré ganado mi última batalla
después de muerto.
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