Chupas humo y te haces una foto
chupando humo:
te ves así en la contraportada de un vinilo,
reflejado en páginas,
en un fotograma de terso claroscuro,
lánguido imán apoyado en un verso,
la parte más densa del debate esencial,
el apolillado estampado de la bohemia cansina.
Te ves follando.
Reconócelo, después de la pose
Te ves follando.
Reconócelo, después de la pose
y la matemática que traza
te ves follando,
al final del camino,
al final del feisbuc,
cerrando la noche.
Chupas humo y se te ve
en una cama de hospital
escupiendo partes de ti
mientras lloras con la desesperación
del aire prometido que nunca llega,
de la angustia de perder el aliento para siempre,
por pulmones dos gastadas esponjas de yeso,
tu vida debatiéndose agónica sin oxígeno,
bajo las olas que no consigues escalar,
manos de arena cerrando tu boca,
el cuerpo que fue fiel y herramienta,
que despreciaste y que te dijo
"no puedo más, porque me has dejado
sucio, roto y llorando en un portal;
abandonado en la carretera".
Chupas humo
Chupas humo
y despiertas mi asma,
acortas mi vida,
apestas.
Chupas humo y lo llamas libertad,
sacando digno brillo a tu cadena
entre mohínes ofendidos.
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Aquí, siempre que leo esto en público, siempre, Alguien suelta el tópico rancio: “Joder, qué ganas de fumar me han entrado”. Y entonces comprendo por qué estamos condenadas a desaparecer y grabo una muesca en la lista de amistades que no serán, porque en la lista de prioridades de Alguien, siempre estamos por debajo de un cigarro.