En el sueño,
un pequeño tren de madera,
y luego
un ferry entre rías de piedra,
y ya en tu isla,
las palabras y un libro
continuaron llevándonos a tu casita,
de pino y abedul coloreados.
Me desperté súbito
en la curva de la madrugada,
asfixiado por el calor de tus ojos
y la sed de tu cabello nocturno...
El pulso estaba roto,
ya no había una brisa escandinava
ni veíamos amanecer sobre
una red de espumas y sal.
Sé que eras tú
porque en aquel ferry azul,
en aquel vagón ocre,
en el jardín
(glauco, aceituna, malva)
de aquella casita
descansaba tu bicicleta,
paseante francesa
por Madrid o Granada;
del vapor de tal nada
la noche me inoculó un espejismo
y un temblor.
un pequeño tren de madera,
y luego
un ferry entre rías de piedra,
y ya en tu isla,
las palabras y un libro
continuaron llevándonos a tu casita,
de pino y abedul coloreados.
Me desperté súbito
en la curva de la madrugada,
asfixiado por el calor de tus ojos
y la sed de tu cabello nocturno...
El pulso estaba roto,
ya no había una brisa escandinava
ni veíamos amanecer sobre
una red de espumas y sal.
Sé que eras tú
porque en aquel ferry azul,
en aquel vagón ocre,
en el jardín
(glauco, aceituna, malva)
de aquella casita
descansaba tu bicicleta,
paseante francesa
por Madrid o Granada;
del vapor de tal nada
la noche me inoculó un espejismo
y un temblor.
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