Cuando explotó la crisis,
explotaron las políticas de identidad,
la financiación privada del crowdfunding,
los esclavos a pedales tratados de tú a tú,
la torsión imposible del lenguaje;
desembarcaron
el pagar por trabajar y llamarlo coworking,
el puto coworking,
el puto coworking bohemio,
los espacios creativos del puto coworking
bajo propiedad privada con discurso individualista
como el individuo aislado es el motor de una empresa;
arribaron
el ni izquierdas ni derechas,
los coños de las pobres comprados
para producir hijos o recibir pollas
bajo la saliva del relato y el empoderamiento,
bajo el deterioro mohoso de rosa vestido;
aterrizaron
el elogio de la miseria con excusa verde,
los muros con la excusa del espacio seguro,
apretar muy fuerte las piernas en el metro,
la interseccionalidad, el ciudadanismo,
el feminismo transversal y desclasado,
el refugees welcome mientras votamos a generales de la OTAN,
los corrales para bicis molestas;
llegó
a nuestra agenda
todo lo que el capital pudiera usar
como escudo, desvío a callejones sin salida,
desnortar la brújula de la lucha de clases.
Así todos tan contentos y convencidos,
puliendo el metal edulcorado
de los clavos ardiendo en nuestro gigantesco,
inclusivo, visibilizado, transversal, posmoderno
y políticamente correcto y puritano féretro.
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