Cómo soñar,
cómo elevarse,
con estas alas frustradas
que son nuestros brazos.
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Quizás el momento más feliz de nuestra vida
ocupa tan sólo un segundo
y toda nuestra existencia es el tributo
a pagar por ese instante.
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Los estorninos pueblan con sus semillas aladas
los campos que anhela el invierno.
Una mano pesada de nubes se cierne sobre la llanura
albergando el temor y la tormenta.
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El cielo se cubre de explosiones al atardecer,
se puebla con un sueño de hongos nucleares
flotando untuosos en la atmósfera de aceite.
En la tarde de Jaén enormes refinerías,
recortan sus agujas contra el azul,
disparan su batería de brillos afilados.
El viaje es una escalera que se eleva
cruzando las rocas inmensas,
que se calza de olivos
con sus cordones de arcilla.
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Amanecer:
el sol embiste a la noche
como un corzo con cuernos de fuego.
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En tus hombros de encina el orgullo de tus ingles.
La frontera de tus arrugas
y el caballo suave de tu espalda.
Dedos de marea girando
en el carrusel de tu rótula
que flexa el aire.
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El terror del poeta
en habitaciones cerradas
a un viento inoportuno
que desperdigue sus folios.
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Nubes cortando con su bisturí de algodón
el ocre del cielo y su ciclo,
en la tarde y su luz
de helado de vainilla
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