Pequeñas estrellas del andergraun poético;
hasta la visita al baño es trascendente
en vuestras líneas, páginas y redes,
y resulta que al final…
al final sólo habláis de amor,
de frotarse los cuerpos.
Tantas alforjas, tan poco viaje.
Yo sólo sé que tengo más,
mucho más.
No mejor y probablemente peor,
porque no me interesa
trascender, ni meterla
ni que te importe.
Sé que estallo y me desbordo,
y en mi nimio respirar
las costuras siempre ceden.
De tanto brotar,
no hay eco ni cresta ni valle,
sólo fluir en la sombra y sin huella.
El puto loco que no calla
y que suena a lo lejos ignorado,
o no suena, ya afónico y absurdo,
ya serrucho sin dientes
perdido en burlones mares de madera.
Soy biodesagradable
y cada célula me arde de bilis
porque imagino pero no alcanzo,
y así todo el planeta, girando en sus mares.
Resulta que toda esta escena
es un pasillo del supermercado:
las bandejas de poliespan,
antes de acabar en vertederos,
portan ripios de viejos verdes
y cansinas cantatas de artivistas en cadena.
No sé en qué momento
la basura deja de ser producto al peso.
He decidido dar la espalda a rimas y figuras,
dejar de preocuparme por cada silueta
en cada camino nacido al paso errático del día.
He decidido encerrarme con cuatro abalorios
y muchos píxeles, muchas cuerdas.
Intentaré al respirar no ser alambrada,
intentaré ser sombra sin cénit,
pedalear antes que morir.
Ni los versos se libran de la sangre plena
de heridas, de ingles ansiosas, de oro negro.
“Ja ja ja. Dios, qué asco da todo”.