sábado, 1 de junio de 2019

El viejo huerto, las viejas llaves

Ser demasiado viejo para más junios.
Si no hay lucha de clases, todo es una nube tóxica de palabras.
Ser demasiado joven para abarcar octubre,
rebotar por las esquinas como el amor roto.

Esperar que el viento incline su filo,
que rasgue la historia y su fantasma.
No confiar en el susurro de la serpiente.
Ignorar las miradas que habitan las sombras perversas del parlamento.
No dejar nunca de regar el viejo huerto y sus árboles amigos.

La esencia del arcoiris es la alerta ante la lluvia,
imposible el camino sin dibujar andando un mapa.

Aceptamos las derrotas de otro mundo imposible,
pensar en el futuro ya es un acto de revuelta.
El trabajo os hará libres para morir en la levedad y el olvido,
olvidad el horizonte, cerrad puertas y ventanas, que no pase la luz.

Que no paren las cadenas de montaje ni la venta de los cuerpos,
que circulen importados los fetos de las pobres,
que perdáis vuestro catalejo en una casa de apuestas,
y que olvidéis vuestras simas visitando narcopisos.

La esencia del mañana es no cesar la vigilancia,
olvidamos cómo hablar y sólo repetimos
las frases y cristales de quien juega con las calles,
asumimos nuestra grieta como mal inevitable.

Las viejas llaves siguen abriendo verjas y asaltando los castillos
Olvidamos lo que somos, plebe y grey y siervos sin preguntas.

La esencia del viaje es la sed de amaneceres,
dormir con un ojo abierto por si el cielo se derrumba,
comprobar que la balanza no es herida en los bolsillos,
y que huela a pan sin hambre al despuntar el día.

Centraremos las miradas en el puño de la espada,
que no descansen los campos que a las palabras alimentan,
que no cesen de quebrarse las lunas lejanas de los bancos,
que las manos más labradas elaboren la tormenta.

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