sábado, 1 de junio de 2019

Envenenarse de relojes

Han vendido esta ciudad, han vendido sus canciones. 
Nos rascamos los bolsillos, nos perdemos en rincones, lejos del cielo. 
Las bombillas de colores nos confiesan su derrota, cada noche. 
Siluetas tropezando en las baldosas que nadie reparó. 

Sopla las velas, pide un deseo, sopla tus velas, marinero. 
No hay mar libre de plástico, y navegamos en desiertos. 

Quién retuerce las calles de tu barrio, 
quién te envenena de relojes, 
quién te entierra en un vagón cada mañana bajo tierra, 
quién pone barrotes en cada cristal. 

Es imposible mancharse los zapatos 
cuando el barro habita los espejos. 
Las esquinas son disparos de astillas en tu pecho, 
donde antes florecía la noche y su rosal. 

Sopla las velas, pide un deseo, sopla tus velas, marinero. 
No hay mar libre de plástico, y navegamos en desiertos. 
Avante toda hacia el silencio, acantilados y zozobra. 
Marea baja en el cemento, pocos remeros, negras olas.



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