Pijos capullos en diésel
se despelotan en el campo
para "conectar con la tierra".
Antes de las ocho
ya hemos regado los frutales
que plantamos hace treinta años
y que están muriendo de calor.
En el barrio conectamos.
Es toda una experiencia vivir con miedo.
Ya no hay conciertos de folk
en la taberna de Elisa;
su mentor falleció en el Alvia de Santiago
y no puedo volver
a aquellos dieciséis años de reels
y cerveza negra.
Las montañas sucumben al fuego
como cada verano.
Hay lluvias que son llaves en llamas,
lágrimas brillando más allá de Orión.
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