Me ha quebrado la noche
una máquina cantando.
Lo más triste de esta melodía
es que se lanza al azar,
electrónica aleatoria
dispuesta a partirnos el alma.
Nos ha ganado la guerra
un mecanismo,
con su más exquisita cadencia
atacando nuestras lágrimas.
Donde deberíamos contemplar una llave,
apenas si intuimos un pozo eterno.
Agarrarse a las nubes en el vendaval
porque en lo humano se perdió toda raíz.
Qué desconsuelo de campo abierto
con su paladar de monte lejano,
su sed inextinguible.
Aunque lluevan mares y alrededor,
se inunden plazas, se arremolinen
coches en cañadas y cárcavas,
la lluvia no llega aquí,
ni roza esta amargura
de árbol olvidado por las nubes.
Tras la tormenta,
todavía goteando su reverbero
en canalones y aleros,
esta ciudad recuerda
a un motor oxidado,
viejo, arrojado a su suerte
en mitad de un solar a las afueras.
Estas manos rotas en su objeto.
Este eco oscuro y pesaroso
cuando nos preguntamos.
Este mirar a mañana para seguir
durmiendo en el ayer.
una máquina cantando.
Lo más triste de esta melodía
es que se lanza al azar,
electrónica aleatoria
dispuesta a partirnos el alma.
Nos ha ganado la guerra
un mecanismo,
con su más exquisita cadencia
atacando nuestras lágrimas.
Donde deberíamos contemplar una llave,
apenas si intuimos un pozo eterno.
Agarrarse a las nubes en el vendaval
porque en lo humano se perdió toda raíz.
Qué desconsuelo de campo abierto
con su paladar de monte lejano,
su sed inextinguible.
Aunque lluevan mares y alrededor,
se inunden plazas, se arremolinen
coches en cañadas y cárcavas,
la lluvia no llega aquí,
ni roza esta amargura
de árbol olvidado por las nubes.
Tras la tormenta,
todavía goteando su reverbero
en canalones y aleros,
esta ciudad recuerda
a un motor oxidado,
viejo, arrojado a su suerte
en mitad de un solar a las afueras.
Estas manos rotas en su objeto.
Este eco oscuro y pesaroso
cuando nos preguntamos.
Este mirar a mañana para seguir
durmiendo en el ayer.
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