sábado, 21 de septiembre de 2019

Un piano aleatorio en una página web

Me ha quebrado la noche
una máquina cantando.
Lo más triste de esta melodía
es que se lanza al azar,
electrónica aleatoria
dispuesta a partirnos el alma.
Nos ha ganado la guerra
un mecanismo,
con su más exquisita cadencia
atacando nuestras lágrimas.

Donde deberíamos contemplar una llave,
apenas si intuimos un pozo eterno.
Agarrarse a las nubes en el vendaval
porque en lo humano se perdió toda raíz.
Qué desconsuelo de campo abierto
con su paladar de monte lejano,
su sed inextinguible.

Aunque lluevan mares y alrededor,
se inunden plazas, se arremolinen
coches en cañadas y cárcavas,
la lluvia no llega aquí,
ni roza esta amargura
de árbol olvidado por las nubes.
Tras la tormenta,
todavía goteando su reverbero
en canalones y aleros,
esta ciudad recuerda
a un motor oxidado,
viejo, arrojado a su suerte
en mitad de un solar a las afueras.

Estas manos rotas en su objeto.
Este eco oscuro y pesaroso
cuando nos preguntamos.
Este mirar a mañana para seguir
durmiendo en el ayer.


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