La línea del mar
cinética y cíclica eternamente
rota hasta el infinito
en fragmentos innúmeros
contra la línea de la tierra
que amarga el ser humano.
Nos parece que nada sucede
porque todo está sucediendo
de manera inadvertida.
Qué es el mundo de los hombres
sino la irremediable necesidad
de elaborar problemas
donde nada hay.
Hay preguntas cuya respuesta
solo es otra pregunta,
del mismo modo
que la propiedad conmutativa
pierde todo su valor
en un mapa de batalla.
Incluso la desnudez entonces
es una forma de artificio.
Las pequeñas cosas
con las que construís edificios
hacia la trascendencia
no son más que agujeros de bala
en un paredón.
No ha caído ningún tirano
por la belleza de las pequeñas cosas
pero sí me atrevo a decir
que refugiarse en las pequeñas cosas
es la base de muchas tiranías.
Y por ello
hay veces en que todo se hunde tanto
que pienso que esto que somos
apenas es duración,
el tiempo de un vacío,
una chispa entre las estrellas
con delirios de supernova.
El mundo por sí solo
no corre a ningún abismo.
Pero el mundo en nuestras manos
sí está condenado sin remedio:
salvarlo no es cuestión de asumir
que los fotones nos hieren las pupilas
tras rebotar en las cosas.
La línea del mar
no tiene moraleja ni diseño,
y eso es lo que nos enloquece.
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