Hay una guitarra en la noche de Segovia.
Yo me aferro a ella desesperado,
como si en esas cuerdas de surco
se hallara el silencio necesario
que detiene el bombardeo
sobre un hospital de refugiados,
el ritmo holandés o tutsi
de los machetes.
Luego recuerdo
(al final siempre recuerdo)
que la radiación en Nagasaki
era absolutamente silenciosa
cuando producía tantos alaridos.
Concluyo:
el silencio sólo es una cortina de humo.
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