Qué pereza el hombre: que perezca.
Un inolvidable se logra en el inolvidante.
Hallo hoy, sin previo ni saludo,
un marcapáginas de recta cualidad:
dispara nostalgia al caer con ritmo de barca,
al caer como copo de nieve.
Por ejemplo:
el flyer de una disco de los setenta,
perdido y sin color, germinando
en cuartillas de Aleixandre.
Aroma a casa vetusta en Gredos,
habitada por el polvillo de Camus
y besos de aprendiz,
los besos del verano.
La casa pulsa en despertadores de cuerda,
custodiando un muro de maletas de cartón
y estanterías con orugas
y trinos de carbonero.
Los años son ondas,
sus crestas, sus valles…
los años son sinusoides.
Pasan los meses y las casas,
en el tablero nos deslizamos,
somos sal de sus páginas.
Qué pereza el hambre
de momentos que se eleven,
hitos en la historia,
si nos educaron en la confusión,
en el todo vale,
en el prisma cómplice…
Y así, imposible el arañazo
Y así, imposible el arañazo
y la sutura de los golpes de timón.
En la mañana nueva de pino,
la perspectiva añeja acertadísima.
Qué pereza también ese hambre: que perezca.
Qué pereza también ese hambre: que perezca.
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