Madrugo y me cunde mucho
el odio de clase.
Café con tostadas es el nombre de Dios.
Soy torrente, tsunami cada mañana.
Soy torrente, tsunami cada mañana.
No quepo en mí y el día es eléctrico,
aún mi sonrisa es una muralla.
Sentimos la realidad
como un teclado diminuto
en el que torpes tropiezan
trastabillando
nuestros enormes dedos
de troll abandonado.
Llega la pena después.
Mi pena es de estación,
línea gris circular,
calendario constante
sin paradas,
pues el clima está cambiando
y el verano nos desborda
y el invierno nos desnuda.
Llevamos un mundo
raído en nuestros corazones.
Lo acompaña una quimera
y la queremos futuro.
Y va a ser que no.
Y va a ser que no.
Anhelamos entonces
la impermeabilidad del brécol,
la impermeabilidad del brécol,
cerebro al que todo le resbala;
la lluvia le resbala…
Es su alimento la lluvia...
y le resbala.
La única luna que tocamos
es la del baño con su niebla
borrando nuestro rostro,
y a machetazo de dedos
la desvestimos de vaho.
Madrugamos y construimos el día
para que al acabar,
no haya sido en vano.
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