domingo, 18 de noviembre de 2018

Senectud

Callar en el momento de exacto movimiento, 
y no ser así elefante pintor en la poesía. 
Ya llegó el tiempo de las quejas, 
de las dolencias de anciano. 
Crujidos de fondo en la travesía. 
Pues el verso ya no es grito, 
sino sudor o arruga o mano. 
Tener que leer Perito en Lunas 
con gafas y diccionario. 
Y en el sigilo del paladar se cuelan 
las sílabas de mañanas soñados. 
Que no tengo la culpa de ser cactus 
y solo expresarme en el silencio de mis púas. 

Pasillos “del médico”, oleaje de azulejos. 
Minutero de lluvias, noches de versos 
a pedal, y a pedal pasan los años 
y su quehacer de búsquedas. 
Soleado de cafés el mediodía pleno, 
esos cafés que en el lecho de muerte retornan, 
trayendo alegría por los buenos recuerdos, 
las dignas palabras, los mejores besos. 
Cafés que pincelan el fogonazo del fin, 
que aguarda con su cuchillo de alientos. 

Y elijo mis traumas, 
los que permito que me controlen. 
Vivir bajo el lema de mierdas las justas, 
aquí no queremos buscarnos la vida, 
sino en cabal geometría organizarla. 
Olvidamos romper techos de cristal 
y habitamos la certeza del bosque. 
Es en el golpe, en la batalla 
donde los mejores versos nacen; 
me hundo en la cama, bajel madrugada, 
y pienso en la columna, en la camarada, 
puede que el naufragio se la haya llevado... 
pero ella es el mar, con sus “¡Hola!” de plata. 

Los calendarios siguen girando… 
y al cierre del día en las trincheras 
bajo la luna cierro los ojos pensando 
en el desayuno de savia al amanecer; 
mi estómago aumenta su órbita, 
intenta repetir cada alba 
ese roce de mantequilla y miel, 
la alegre esperanza del día sin memoria. 

Sí, es esta ceremonia la tierra del ayer, 
la nube que mueve la balanza. 
Sí, son palabras como raíces, 
que darán un fruto para otras miradas.



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