Insistir en caminar por las calles de siempre
como si fueran las de siempre
(y que no tienen un quizás futuro)
por miedo a no pisarlas nunca más.
Esperar con ello detener calendarios
y satélites corporativos,
drones de combate baratos y efectivos,
eugenesias y maremotos
y este regresar al reptil.
Caminar por estas calles para escapar de ellas,
volverlas otras o consolarse
en sus esquinas meadas y sus carteles
empapados de noviembre,
intentando localizar el epicentro
donde este todo comenzó a ajarse.
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