La mayoría de las personas deja el mundo
peor que como lo encontraron.
No hace falta que hagan nada para ello:
se lo dan todo hecho.
Y en ese no hacer todo se deshace.
Insisten en la vida a modo de viaje,
de carretera,
pero sólo juegan el papel de cuneta,
parche de asfalto servil
al transporte de mercancías.
Los petacajeros de ayer
son los sociodemócratas de hoy.
Los intelectuales con su exceso de dientes
al hablar lenguas muertas
como creyendo en dioses, todos muertos
—todo dios surge de la muerte del hombre—.
Todo se hunde y por eso se escriben libros,
para colaborar en el naufragio.
Trazar versos imposibles de entender,
que cualquier hijo de puta los haga suyos,
se reafirme humano y seguro en su maldad.
Querer ver en la poesía el futuro idílico del mundo,
de este mundo donde los mercenarios son poetas
y los poetas mercenarios…
Llamar buena gente a quien sólo hace daño,
engranaje pasivo de lo cotidiano.
Gritarle a una nube y que esto tenga todo
el sentido del mundo. El terror.
El terror.
Porque el capitalismo necesita algoritmos
y no personas,
sobraremos.
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