jueves, 18 de octubre de 2018

Cabronías (II)

Hace años dejé La Idea,
pero aún me enamora su saludo:
“¡Salud!”.
Dejé La Idea, también,
por la cantidad de “¡Salud!”
que a duras penas brotaban
entre bocanadas de humo,
tiros de spiz y torrentes de alcohol,
noches de veneno sin dormir
y cuerpos erosionados por el mercado, 
voluntario su desgaste en el fondo.

¡Salud!

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Como actualizaciones de software,
os voy encontrado con aspecto más moderno,
pero cada vez más privativos,
exigentes y difíciles de gestionar
por mi viejo procesador.

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Hay quien mordisquea
la pipa del padre con sabor a desierto.
Quien sangra cilindros de humo,
vampiro de hilos y volutas,
escarbador de cáncer,
por sentirse más cubano,
más barbudo.
Siempre lo negarán, claro.
Pero ahí está el sonrojante cráter
de la vergüenza ajena.

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"Imposible es nada"
y reventaron en maratones
pagadas por bancos,
tras comprar su dorsal,
pagar la licencia de preso
en fuga inútil.

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Os pusieron la libertad en la mano
y os la fumasteis
ansiando una celda,
escupiendo tráqueas y
cavando fosas en el aire.
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El puñal siempre duele el doble
en los espacios seguros
construidos en patéticos intentos
de evasión de la realidad.
El tiempo de los muros y la huida
dentro de ellos.

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Ustedes sabrán disculparme
si pongo el mismo voto de confianza
en la "sororidad" que en la solidaridad de clase
o en el respeto al vecino
o el civismo en el tráfico.
Que las puñaladas trazan
también estelas moradas.

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No comer animales sabiendo
que ellos no dudarían
en digerirte y cagarte.
Sísifo, chúpate esa.

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Todo el mundo diciendo
que me va a matar un coche, 
sobrevivo al agorero
y sigo pedaleando fuerte.

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