miércoles, 17 de octubre de 2018

Radiografía de la plaza

Fantaseas con las plazas del barrio,
llenas de gente:
tú las ves bullendo vida,
yo las siento rebosando muerte.

Madres circunstanciales
fuman inmisericordes en bancos
-su rostro cicatriza en gris oblicuo-,
patinan sus pulgares en teléfonos…
acompañan los juegos de sus hijos,
me dices. Yo aquí veo
una grieta que crece,
veo hijos nacidos en equilibrio,
condenados al viento.

Los bancos arrancados de su alcorque
ahora se arraciman castigados por esa
tu simpática chavalada,
lejos del paseo y sobre el césped.
Circulan los porros y el olvido en botella,
palmean como focas,
chillan como chimpancés,
buscan el conflicto,
son carne de meme,
corcho demenuzándose
en la ola atlántica;
prefieren olvidar el mundo,
sólo saben gritar:
así grita el rebaño al ser atacado,
vencido e inerme en su terror
desde ya, desde antes.
Lustros después serán la erosión
de su actual absurdo,
y no habrá excusa de acné:
ya son lo que serán, siempre lo fueron.

Las gentes gastadas y centrífugas
despotrican del cosmos que desborda,
alinean sus arrugas quebradas
facilitando la labor
a la picadora del IBEX.
Su estampida achacosa hacia las urnas
será el gatillo presionado,
la muerte voluntariosa de su pensión,
la sequía de la vega,
la táctica tan cruel del cuco.

En toda franja de edad, en fin,
sólo observo amor por las cadenas,
consumo de éter transgénico,
de melodías envenenadas,
total desconfianza y terror
al mirar sus propias manos.

La plaza en la tarde es una fiesta bulliciosa,
no lo discuto.
Pero qué se festeja al fondo del aire
es lo que me aterra y agosta.

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